Si me preguntan a mí…

Desde luego que nos preguntamos muchas cosas, los ciudadanos, los profesionales y los jubilados, los menores y los seniors. Nos preguntamos, por ejemplo, si todo debe ir abocado, necesariamente, al ejercicio y al urbanismo. Me dirán que mezclo churras y merinas. Pero esa cuestión me inspiró un encuentro reciente, cuando un estimado compañero me sugirió una reflexión –¿por qué tanta pasarela? Inicialmente no supe a qué se refería. Aun digiriendo una noticia, el gran éxito de ese otro circo que supuestamente con clasificación de desmontable se halla a las faldas de nuestra sierra de las nieves, pensé inicialmente que pudiera tratarse de algún nuevo evento festivo y lúdico; quizás un desfile -en pasarela- de modas.
No, la pasarela a la que se refería también sirve para desfilar, pero no con la finalidad de lucir el diseño del modista local, sino para recorrer el tramo de deslinde marítimo “y” terrestre -que no el deslinde marítimo-terrestre”, que a veces coincidente y, a veces, para generar únicamente estupefacción en el esmerado paseante, se nos ubica en zona costera, bajo patrocinios de una vida saludable, al aire, y por supuesto gratuita. A veces, como digo, el visitante de la nueva vía playera, debe interrumpir su homogéneo caminar, causado por algún que otro improvisado bypass a viejos pecados urbanísticos; piscinas en servidumbres de tránsito (pero no públicas, qué raro), o vallados aún inherentes a las arenas blancas de la playa en las que recién se acumulaban esporádicas dunas o llegaba el último temporal. Por encima o por debajo, la línea del mar se dibuja como el limite final a la siempre presente implicación humana en el destino de nuestra naturaleza.
Por es tan bello el amanecer hacia Los Monteros, y tan hermoso el ocaso hacia los Pinares de Casablanca, que nos sentimos tentados a ponernos nuestras zapatillas de correr y a quemar millas en ligera conversación y comentario sobre el mas que probable fracaso de la jornada laboral. Lo cierto es que nunca nos planteamos si detrás de tan bella intervención, tan ocasional ingeniería peatonal, subyace quizás otra alternativa, que lejos está de la preocupación gubernativa por la reducción de nuestro colesterol. O quizás son dos pájaros de un solo tiro. O, como decía, mezclar churras con merinas. Es sin duda loable el esfuerzo para hacernos partícipes de nuestro litoral, en la forma más asistencial, pública y jovial posible. Una auténtica muestra de la generosidad de nuestros queridos y venerados administradores públicos. Pero es cuestionable si es piadosa para con la naturaleza. No le hemos preguntado. Y tampoco he visto ningún informe sectorial, que lo hay –lo sé.
En todo caso, parece que Andalucía se une ahora también por mar. Andalucía, antaño longitudinalmente unida por la N340 en su oportuna modalidad de autovía, luego coadyuvada por la A7 cuando le fueron subsanados los vertiginosos scalextric que atravesaban las cocinas de muchos bloques de los boliches; que hacían de su recorrido por nuestra costa del sol un terror para el conductor, pero que unió a tantas familias -no solo en el entierro de los muchos accidentes y atropellos de los que dicha carretera fue testigo- ahora tiene un nuevo hito unificador, por su costa, auspiciado por los entes locales y solidarios con el ambiente urbanizador. Sensatas vías para el goce y el recreo, el saludable ejercicio y la charla amigable, que nos permiten corroborar que algunas leyes son como buenos productos -sin sorna- como aquella ley de costas que nos garantizó que siempre hubiera un camino por el que recorrer los confines del territorio nacional. Vías que, a su derogación, nos hacen ser testigos del proceso calmado, pendiente, pero sin pausa, de acotar las zonas dunares y nos dan la posibilidad de visionar el contorno urbanístico de nuestros pasados planteamientos constructivos; en definitiva, la arrogancia de algunos edificadores que ahora, posiblemente, se estén dando un paseo en barco por las costas de algún paraíso terrenal y cuya prole sube imágenes a instagram mostrando lo importante que es viajar -¡mirad todos qué playas tenemos aquí, en este alejado lugar! Que nos comentan que sin llegar a los sesenta ya pudieron jubilarse, por la gloria de su ladrillo mediterráneo.
Sería -mejor, ‘es’- menester objetar y mostrarse crítico, cuando tan generoso cauce se abre ante nuestros pies, sobre todo si comienzan a aflorar ahora en los márgenes de nuestros nuevos paseos marítimos crecientes pero extenuadas concesiones que antaño solo cabía execrar. Lo ven, a veces sí merece la pena mezclar churras con merinas. O, dicho de otro modo, distinguir lobos de corderos, regalos envenenados de dádivas desinteresadas; vías pecuarias de rutas; y rutas de cauces legales.