El bosque de las palabras
Podría decirse, repasando algunos pasajes de la historia de nuestra nación, que el pueblo español alcanza un alto grado de contento si está unido y es libre.
Ciertamente pudiera parecer baladí esta afirmación si miramos en nuestro carácter, el más libertario, individualista y anárquico, de cuantos conocemos a nuestro alrededor, y digo de los países que nos rodean.
A mi entender la primera vez que el pueblo español se vio unido fue contra la invasión del francés. Pudiera decirse que la unión tuvo su esencia por un alarde patriótico de libertad ante la invasión y defensa de la corona. Pero yo creo que no, que fue por su propia supervivencia. Baste mirar con atención los grabados de los Desastres de la Guerra que Goya nos legó para comprender bastante bien porqué el pueblo español se levantó en armas y puso en marcha aquello que se llamó la guerra de guerrillas.
Me gusta pensar que el siglo XIX fue convulso porque se sembraron en el los cambios importantes del siglo XX.
De alguna manera todo el dolor, la sangre y el sufrimiento desatado contribuyó a construir lo que hoy tenemos y disfrutamos.
Pero quiero detenerme en el dolor, en ese que se infringe a causa de la locura, de la ofuscación y de la mentira. El dolor que nace de la maldad. Ese dolor que nada tiene que ver con el natural y que nos destruye el alma.
He citado la guerra de guerrillas en la Guerra de La Independencia y se me ocurre que estas guerrillas, muchas veces no muy bien organizadas, pudieron haber sido las primeras acciones terroristas que luego conocimos con otras diferentes formas.
He utilizado el pretérito del verbo poder pues entiendo que en una guerra el acto de terrorismo no tiene definición ni quizás sentido, pues el acto terrorista se asume en tiempos de paz, aunque los motivos son similares y sobre todo el de infringir daño al enemigo. No obstante valga como idea individual de lucha que posiblemente principió en la invasión francesa y que se repetiría durante las siguientes décadas.
En cualquier caso, el acto de terror, que es a lo que voy, sea por defensa, venganza o por ideas, tiene como consecuencia el dolor, el enfrentamiento, el odio, la sangre.
Terminando la década de los sesenta del convulso siglo XIX apareció un grupo terrorista al que llamaron La Partida de la Porra que sembraba el luto, el pánico y el dolor en muchas familias a causa de las venganzas. Los ricos señalaban a quienes tenían que ser castigados. Los políticos enfrentados recurrían a ellas para castigar a los contrincantes.
Destruían familias, periódicos y lugares de reunión mientras las autoridades hacían la vista gorda. Apoyaban con el terror a Amadeo de Saboya y luego a otras causas.
Felipe Ducazcal, que por cierto era periodista y diputado, dirigía a unos treinta indocumentados que a las órdenes dadas sembraban el terror.
Terror gratuito pues en el terror no hay nada de nobleza.
Siempre el dolor que infringimos es gratuito si la causa no se puede remediar con el diálogo, aunque el diálogo no está al alcance de los monstruos.
Digo que la violencia no tiene cabida en las sociedades cultas, que las ideas se defienden con la palabra y la pluma y los ceporros son los únicos brutos que la emplean. El siglo XIX fue difícil. El XX también, pero mejorado. Ojalá que en el XXI sepamos dialogar, que no acudamos a las partidas de las porras, a actos terroristas, que nos sentemos a escribir, a hablar de nuestras diferencias.
Que nuestros deseos no se conviertan en envidias. Que las envidias no deriven en odios y que los odios no nos lleven a las venganzas.
Tengamos en cuenta que la cultura nos ilustra y nos lleva a la felicidad, y que un pueblo feliz es un pueblo fuerte.
El pueblo español con todo su aire de orgullo es un pueblo sencillo, trabajador. A nosotros nos gusta ponernos nuestro traje de faena durante la semana, pero arreglarnos bien los domingos, es decir alardear de lo que tenemos porque lo hemos ganado. También lo regalado nos gusta, como a todos los mortales. De igual modo que somos así, también somos hijos de la picaresca, lo llevamos en la sangre. Pero es nuestro carácter.
La prudencia no es nuestro fuerte. La reflexión tampoco. Pero dennos libertad, salario y paz, y construiremos un imperio. Métanse con nuestra familia y nuestra bolsa y montaremos una guerra.
Luego si podemos regatear, lo haremos, porque lo que no aguantamos los españoles es que nos engañen. Preferimos pagar dos euros menos para que no lleve la razón el que pone el precio, y sobre todo donde arreglamos nuestras diferencias es en la barra de un bar, con el bullicio de la taberna. Las cosas serias las convertimos en jocosas porque para tragarlas pasan mejor con risas.
Ojalá que siempre sea así, que no volvamos a la locura del terror, del enfrentamiento entre hermanos.
Esta semana se ha publicado que las familias españolas invierten más las que menos tienen y menos las que más tienen, en clases de refuerzo para sus hijos. Las familias consideran que tener cultura es importante, aunque yo pienso que las clases de refuerzo significan un fracaso del profesorado. Eso será otro tema a tratar, bien está la idea por la educación.
Ojalá que la cultura nos haga ser mejor país, aunque no sé si a los gobernantes que deben ofrecerla al pueblo, les interesa unos ciudadanos cultos y contestatarios, o incultos y sumisos.
Debemos mirarnos eso.