
Si me preguntan a mí…
Una ciudad ruidosa es algo cutre. Es algo que está en nuestra conciencia histórica aún como algo aceptable, por eso de que hace tiempo, el que tenía un motor, era porque formaba parte de ese futuro que ahora ya hemos visto sustituido por los anuncios de vehículos eléctricos, el nuevo futuro.
Pero aún hay quien no se ha enterado. Los gobernantes locales y sus cuidadores del orden, los primeros. Hacen oídos sordos desde las atalayas de sus posesiones extraurbanas. Como si ahí no llegasen o debieran llegar las normativas europeas, tan sabias y tan omnicomprensivas como son. Y porque ahí, el ruidoso motor a gasolina es sinónimo de servidumbre. Esa que les corta el césped, desplaza hojas o las aspira -algo que nunca he llegado a entender. Ajenos a la sabiduría oriental, tan lejana ahora de nuestra joven Europa, no saben que la jardinería ha sido y debería ser siempre sinónimo de paz. Pero, claro, es difícil concebir la paz sonora cuando no hay paz interior. Pues de eso ya sabemos que los gobernantes no gozan. Y por ello aún no ha habido mucho cambio, o atención, en dirección al cumplimiento de las normativas y ordenanzas que obligan a que el silencio del exterior debe ser de algo menos que 30db, lo cual técnicamente es el silencio. Como decía, cuando el patrimonio propio es lo que impera en la mente del dirigente, para así poder lucir un jardín eficientemente podado, difícil es ver el daño al entorno vago e impreciso del bienestar popular. Y por cierto, eso de la eficiencia va, cómo no, referido al costo del jornal de la servidumbre obrera y posiblemente mal contratada.
Claro que entre el populus, se halla también algún que otro engendro incauto, egoísta y demente que cree que por dar un acelerón a su reloj de cuco de dos ruedas, alguien le va a admirar, y saber quien es. Craso error. Pasa de largo sin gloria, pero sí con la pena de que se convierta en joven donante de órganos. Lo que bien sabe y en lo que acierta el maltratador acústico es que no le parará ninguna autoridad, a pedirle papeles u homologación –a ser posible europea- y a inmovilizarle el vehículo que ayer pasó la ITV con el truco de engañar con el recambio original. Es un irreverente a la sociedad como lo puede ser cualquier otro infractor.
La culpa es de la sociedad, si lo tolera. Y como dijo alguna vez alguien bastante más sabio que yo, la sociedad es la que elige a sus gobernantes. Será de ahí, que éstos no aplican aún una normativa que ya no es nueva, ni suya. La sociedad parece dispuesta aún a tolerar que algún desaprensivo se pasee en un vehículo de dos, tres o cuatro ruedas, a base de acelerones en zona de velocidad limitada, de poner en revoluciones a su pulida chatarra, porque aún no se han pulido los conceptos civilizados que ya han sido demostrados como base fundamental de una convivencia adecuada y soportable. Pero no, autoridades, no nos echen la culpa. Somos muchos, pero el ruido no lo hace la multitud, como erróneamente se dice. El ruido lo causan dos o tres “turis”, dos o tres “kinkis” que bajo la consciente (pues se supone que los dirigentes son personas altamente cualificadas y capacitadas, dado el respeto que se les tiene) mirada hacia otro lado de quienes ya demuestran suficiente insensibilidad social –y que también son unos pocos, aunque bien avenidos- les ríen sus gracias, o les compran su tercermundista publicidad de que el lujo se acompaña de carros ruidosos, que exigen que todo un vecindario se entere bien de que en este pueblo vive algún tipejo superior a los demás, algún tiparraco que obviamente tiene el beneplácito de las autoridades -de lo contrario, no se pasearía con riesgo para viandantes, tímpanos y bienestar, tal cual viene siendo ya habitual, por todas las avenidas y calles secundarias de nuestro entorno.
Como antaño pasó con otros males de esta sociedad, tales como la polución del aire, el maltrato machista o la corrupción, tarda un tiempo que se impongan conceptos que ya hace tiempo deberían haber calado en una ciudad, que dice ser un reducto de confort, un modelo de ciudad, y un ejemplo de urbanidad. Pero miren que el ruido no es precisamente silencioso, como lo fueron esos males. Aquí no vale pensar que pasó desapercibido. Y madurez ya tenemos, creo yo.