Si me preguntan a mí…

Dirán Ustedes que siempre revierto al pasado. Pero es cierto. El dicho de que ‘todo lo pasado fue mejor’ es impepinable. Como irrebatible es ese otro dicho o mera frase urbana, que una vez leí escrita en el muro de Berlín: “todo mejora pero nunca está bien”. Sigue estando ahí, esa frase. El muro ha desaparecido, pero ahí está, manteniendo su verdad, esa sección del muro, ante el incrédulo visitante a esa ciudad que nos muestra -para confirmar la regla- la excepción: un pasado peor.
Sea perfecto o imperfecto, nuestro pasado es el lugar en el que dilucidar nuestras dudas, el lugar en el que aclarar las inconsistencias, despejar incógnitas de nuestro presente. Y así –buscando una explicación—caí en recordar un programa, presentado por Alfredo Amestoy, titulado “mi no comprender”, que emitía a final de los años 70 una de las dos cadenas de televisión en nuestro país. Se grababa en Andalucía, principalmente, y sus protagonistas eran los pocos extranjeros que vivían aquí, quejándose en cierta forma de algún hecho que no comprendían de nuestra tierra, nuestras costumbres o nuestras gentes. Claro que en esa época aún el ‘Bienvenido Mr. Marshall” estaba cerca, esa otra obra maestra del pasado que no puede ser suficientemente visitada para comprender nuestro presente. Y el presentador, ágilmente, convertía esas críticas en una sarcástica contra-crítica a esa invasora opinión de algunos y ciertamente desubicados “guiris”. Me quedé con esa perspectiva, majestuosa, y comencé a enamorarme de nuestro país y de mi pasado, aquel en el que bastaba un Bando en las puertas del Ayuntamiento, para que todo un pueblo entendiera un mensaje de interés público.
De eso hace, como digo, unos cincuenta años. Y hoy nos encontramos en un escenario bien distinto. Son cientos de cadenas de televisión las que emiten noticias; nos inflaman con información, nos saturan con conocimientos, nos demuestran la certeza de lo incierto, nos hacen ver lo infinito de nuestro universo y nos cuentan a la hora de la cena ecuaciones que ni Pitágoras resolvería. Incluso algunos canales nos muestran cómo operan nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad, nos hacen partícipes del control de fronteras, del de carreteras, del de los restaurantes y merenderos venidos a menos y nos enseñan a cocinar.
Nuestra fuente del conocimiento es infinita, ya todos sabemos hasta bailar. Y no hablo de los americanos, no -la alusión al Sr. Marshall venía de otro lado—. En absoluto. Somos ciudadanos del mundo, y los que vienen también lo son –que son cada vez más—. Y con toda esa información, con todo ese conocimiento mundial y mundano acumulado, me encuentro, hoy, en el Siglo XXI, con la misma dichosa frase que sirvió a aquel programa: “mi no comprender”. Claro que, dicho en varios idiomas. Dedicaré al lenguaje universal una de sus posibles traducciones: “sorry I don’t understand”. Y ahí vamos nosotros, los españoles y apuntamos a nuestros hijos a costosas clases de inglés, les enseñamos que Shakespeare era el mejor de los dramaturgos (cómo no, escribía sobre reyes y no sobre pobres y locos hidalgos) y no nos damos cuenta de que no hay sabiduría ni “comprender” que valga. La regla mnemotécnica para salir al paso de un auténtico fracaso como lo es y será, por ejemplo, el “Brexit” viene de la mano del “mi no comprender”. Fácil y genial como solo un británico podía ser. Y que conste que este artículo no va de británicos. No. Como he dicho, he empleado el ejemplo en dedicatoria a nuestro lenguaje Marshall. Nada mas. Pero puede ser de cualquiera otra Nación (perdón por el término). Porque sí, porque nos gusta reírle las gracias al bienaventurado extranjero, que viene ‘para quedarse’. Aunque contrate sin contrato a nuestra “kely”; aunque conduzca sus potentes pero poco eficientes y ruidosos ‘carros’ por entre nuestras andaluzas y ajardinadas callejuelas. Y aunque aquí no pague un céntimo por su estancia permanente pero bien hallada infraestructura patrimonial. El ‘mi no comprender’ se hace patente en estos días en los que nuestro flujo de ‘turistas permanentes’ a nuestro perímetro clausurado se hace incomprensiblemente inflacionario, ahora y aún cuando ya no hay Unión Europea (se ha disgregado por causa de un bicho), ahora que nuestros “expats” –como se autodenominan los británicos cuando viven en “el continente– son ya Europeos, qué pérdida.
Ahora que nuestros monárquicos chavales del Vanitatis ya no pueden viajar a sus anchas. En efecto, la ignorante respuesta que escucho cuando explico a variopintos personajes eso de que “tu residencia es donde vives y ahí es donde has de contribuir” se me repite en varios idiomas: Mi no comprender. Claro que igual frase se me ocurre cuando comento con el del quiosco que vio pasar a la hija (o quizás era el hijo, no lo recuerdo) del Conde en plena pandemia -cigarro en boca- que eso no debería haber pasado. En definitiva, siempre el mismo mensaje: “soy el tío guay o bendecido de la nueva nobleza, al que me resbalan las normas del populacho”. Y en definitiva, siempre con la misma y genial frase: ‘mi no comprender’ que –quién lo hubiera imaginado hace 50 años– viene a mi mente ahora, en épocas tan cultas, multiculturales y ‘multi-(uni)informadas‘.