El bosque de las palabras

Utopía de las Artes es una revista que Antonio Quero Matas coordina con sabiduría.
Antonio es un artista polifacético, pinta, escribe, compone versos, y está firmemente comprometido con los mayores.
La revista, de la que les muestro la portada de su último número, el 36, tiene como base la recopilación de textos, inéditos o no, escritos por nuestros mayores, aquellos que ciertamente tienen inclinaciones literarias. Además, Utopía, es un medio de integración y relación social, que pone en valor la vida y la historia de aquellos a los que debemos nuestro presente.
Entre sus páginas encontramos tesoros como este soneto de Francisco Martín Martín, un soneto caudato que no es otro que un soneto al que se le añade un estrambote que consta de tres versos, el primero heptasílabo y los otros dos endecasílabos.
Cada vez que el espejo me retrata
me niego a reconocer a ese fulano,
que antaño fue donoso y bien galano…
Y el cristal solo muestra a una rata.
En verdad, no queriendo dar la lata,
me gusta demasiado aquel gusano,
a quien ya no le igualo ni en el ano…
Y sufrir tanto cambio ¡a mí me mata!
Ni siquiera me atrevo a imaginar
los cambios que el espejo no recoge,
pues después yo tendría que aceptar
detalles que al varón le sobrecoge.
Y no es bueno ponerse ya a pensar
qué será lo primero que se encoge.
¡Y haré lo que me antoje!
Pues si todo en el viejo siempre mengua,
en igual proporción crece la lengua.
Francisco Martín retrata con exactitud y gracejo ese tiempo por el que los hombres pasamos, pasado el tiempo.
Seguramente así es la ancianidad, que la pinten como la pinten y la nombren como la nombre, es ya la última etapa de la vida humana, y que como Mari Callealta apunta en sus versos, contempla:
un sueño en su brutal caída
de un nombre cubierto de olvido.
En este tiempo de éxtasis final, Haydée Alicia Acosta, con sabia filosofía, describe el deseo de lo que una vida larga y azarosa aprendió:
Fuera el mundo un jardín de las delicias
que tentara a la gula en sus deseos
y fueran sentenciados fariseos
los que en su ansia pecaran de avaricias.
Gobernaran el mundo las caricias
ahuyentando al pasar todos los miedos
y desaparecieran los recelos
que con soberbia engendran las codicias.
Que toda guerra en su ira sucumbiera
y harta de alzar las armas, por pereza
sobre los campos yertos se durmiera.
¡Tanto dolor injusto se extirpara!
No más guerra, ni opresión, ni envidia.
Que en flores con lujuria la vida germinara.
En esta revista de las artes, que se vive y se piensa en Málaga, no podía faltar la esencia de lo malagueño, y aquí encontramos una joya que escribe Antonio Segovia en su «Cante por Mirabrá a Málaga».
O ese otro poema al confinamiento, pues este número nació en el, y que Josefa Gabriel Moreno urde con sabia argucia.
O quizás este otro poema de mi admirado Francisco López Angulo que titula «Sin saber la hora» y que en una de sus estrofas refleja esa bendita noción del tiempo que barajan nuestros mayores:
yo me duermo en la cabaña,
despierto al rayar el sol,
el hambre a comer me avisa,
y yo que no tengo prisa,
¿para qué quiero un reloj?
Mas en la vida de los mayores hay flotando almas que son queridas, defendidas y adoras, pues los niños significan para todos, y más para ellos, la proyección de la vida.
Carmen Gallardo Ramos escribe «Entre rastrojos de olvido» un enérgico poema sobre los niños y que yo hago mío y les traslado su última estrofa, pues de todos es obligación cuidar el futuro de la humanidad:
Tengamos presto el oído
no pudiendo permitir
que los niños han de morir
entre rastrojos de olvido.
