El bosque de las palabras

El museo JORGE RANDO acaba de clausurar el ciclo de lecturas poéticas “Las Noches del Rando” en su edición de 2021, con el homenaje a Rafael Ballesteros, un gran poeta, escritor y humanista malagueño.
Con la asistencia del homenajeado, se dieron lectura a un ramillete de sus poemas seleccionados por la guionista de los eventos Ainhoa Romero, y leídos por Salvador Sepúlveda, Cristina Navarro, Joaquín Palmerola, Inés María Guzmán, Cristóbal Borrero y un servidor.
En esta sesión de clausura la música corrió a cargo del coro del museo participado por Viviana Idrovo y dirigido por Víctor de la Cruz.
Quiero resaltar el brillante trabajo que la poeta y gestora cultural Isabel Romero ha realizado en estas veladas poéticas, al igual que agradecer a la directora del museo Vanesa Díez su apuesta por la cultura, y en particular por estos magníficos eventos de música y poesía en las noches estivales de Málaga.
Este poema titulado El Pánico lo dedicó el autor precisamente a Cristóbal Borrero que en esa noche leyó con vehemencia algunos de los poemas de su amigo.
Estoy yo detrás del mar por más que huya
por la orilla de oro, me refugie en
la comba cambiante, me ensimisme
en el sol, en su intercisa luz sobre
la roca, o mire al límite, al horizonte
infinital, a esa línea que seguiré
hasta el ígneo, si es que incierta, Ella,
tregua le da a su uña que roe y quema.
Está en el vuelo del vuelo paíno.
En la sal que da al mar su petulancia.
En el sordo vaivén del que lo duda.
Está detrás. Sorna oscura y cristal
opaco. Está detrás del que se oculta.
Ese que lleva la violeta negra en el ojal.
En la última parte de la velada leyó Rafael Ballesteros sus últimos poemas, recién escritos, con la clase y sabiduría de quién domina el verbo y alimenta con gotas de luz toda la vida que, pasada, se hace filosofía en su presente, pues debe saberse que la obra de Ballesteros está cargada de esa existencialidad que marca la rutina de algunos privilegiados para poder decir, de la manera que decirlo quieran, las emociones que les atrapan el alma. Entonces no hay reglas nada más que las espirituales para que los artículos, los nombres, los pronombres y los verbos salten de verso en verso pronunciando con exactitud todo aquello que se soporta, que Rafael Ballesteros soporta sobre los hombros de su tiempo.
Particularmente me emocionó el momento en que Rafael invitó a leer el poema 17 a su gran amigo Pedro Villagrán.
Descanse, vuesa merced,
y si quiere acercarse, al paso,
(usando tiempo mucho
para espacio poco) a la
capilla de san Bartolomé, salimos,
del brazo, de la plazuela de la Trinidad,
amenguamos por Deanes, descansamos
al entresijo fresco de los limoneros
de san Felipe, y luego, (por hacer
espacio mucho tiempo poco)
quebramos por la calleja del Quero,
y ya estamos cabe la Catedral,
arcos de entibo, color gramatierra,
y en las verduras del patio,
verde tenor.
Vuesa merced, se asienta
en la esquinada del banco
más trasero y enjuto,
y yo vuelvo junto a la reja, allá
donde las ceras del arrepentimiento
y homenaje. Y enciendo luz
de otro sol ya amanecido, uniendo
vuestra unción a otras unciones.
(Una bruma más que dos alzamos
hacia los vanos humos de los otros).
Reconoce Rafael que sus poemas no son fáciles de leer pero que escuchados en otras voces ganan valor y adquieren personalidad. Constituyen un valor añadido a lo escrito.
Supongo, maestro Rafael, que si los poemas son difíciles de leer es porque antes han sido difíciles de componer.
En la literatura y en la sintaxis que el poeta aplica, la anarquía se desata, mas la magia de su composición hace la regla que procura el entendimiento, que afianza el mensaje y que al lector deja alumbrado.
