El bosque de las palabras
ANDRÉ LOUF fue un religioso que vivió sus últimos días como ermitaño y que había sido abad de Mont des Cats, una abadía trapense situada en el Flandes francés.
Louf está considerado como un espiritualista, pensador y filósofo cristiano, referente en la comunidad católica europea y en la regla cisterciense.
Para el mundo actual, falto de espiritualidad y empatía, solo dado al carpe diem, con valores que poco o nada tienen que ver con los propios al sentido espiritual del hombre, ligados más o menos al referente de las enseñanzas cristianas, escribir o hablar de estas cosas puede resultar ambiguo e intranscendente, poco conectado con la realidad y hasta posiblemente cursi.
No obstante, y aún a riesgo de que muchos de ustedes así lo consideren, quiero traer a esta sección unas reflexiones que nos apartan de la caducidad material en la que vivimos y nos conectan directamente con la esencia espiritual del hombre, la cual nos define y aparta de la intransigencia materialista que nos domina en este primer cuarto del siglo XXI, que si bien nos abre puertas a la digitalización, nos las cierra a la introspección emocional del ser humano.
Para los que hemos nacido en brazos del cristianismo, y obsérvese que digo del cristianismo y no de la iglesia católica, aunque esta monopolizara todas las enseñanzas derivadas de aquella, vivir en Cristo es una filosofía de vida que tiene su base en el respeto al ser humano y alrededor de este toda una serie de acciones y reacciones para liberar su cuerpo de la opresión material y su espíritu del fantasma de la crueldad.
Por esta razón el ejemplo de vida de aquel joven de treinta y tres años al que crucificaron por, ¿revolucionario? Es el camino a seguir en y por la defensa del ser humano.
Sin embargo, entender la filosofía que emana de sus enseñanzas no es fácil, y mucho menos ponerlas en práctica.
Veamos un ejemplo de la dificultad de la esencia cristiana y su puesta en práctica.
Escribe André Louf:
“Quien ha sobrevivido a la prueba del cuarto grado de humildad se convierte en testigo de la pasión de Jesús”
Lo que encierra este párrafo es un completo mundo de renuncias, pues para sobrevivir hay que haber vivido, para probarse hay que haber padecido un reto, para ser humilde hay que haber conocido el orgullo, como para ser testigo hay que presenciar algo, y la pasión de Jesús no la hemos presenciado, solo nos la han contado con más o menos acierto. Por lo que, lo que nos dice Louf solo lo podremos entender según nuestras propias sensaciones e introspección del sufrimiento humano de Jesús, y no entro en si en espíritu, aquel hombre al que se le atribuyó divinidad, sufría también.
Entonces para entender completamente la cita del abad convendría preguntarse ¿Qué es el CUARTO GRADO?
Sépase antes que en el capítulo siete de la regla monástica de san Benito que fue elegida como seña de los monjes cistercienses, la humildad la divide en doce grados y que el cuarto grado de humildad según el monje benedictino es: “El sufrir con paciencia las injurias sin quejarnos”
Ciertamente Jesús sufrió sin rechistar todo el oprobio que cayó sobre él.
¡Toma ya! ¿A ver como se metaboliza esto en un mundo cibernético, de prisas, de obtención de logros personales y muchas veces egoístas, de culto al cuerpo, de satisfacción personal y en el que estamos todos a la que salta?
O sea, para que lo entendamos mejor; Si alguien nos hace una putada, que la suframos con paciencia, que no nos quejemos y que pasemos página. Si alguien nos abofetea que pongamos la otra mejilla.
Este debe ser el camino de los santos, que no es mal camino, pero en un mundo de santos, ¡claro! Lo que pasa es que Jesús era asimilado a la divinidad y ya se sabe que los dioses siempre ganan.
Para nosotros los mortales todo es distinto. El mal y el bien siempre están en constante enfrentamiento, y la verdad, yo estoy bastante harto de que ganen siempre los malos. Alguna vez los buenos tendrán que ganar, y aunque yo rechazo la violencia, buscando otras formas de combatir, por ejemplo, con la palabra, las letras, sería importante que los buenos triunfaran más veces que los malos.
Es lo que tienen las películas americanas del oeste. Que los buenos sufren mucho, hasta el duelo final en que Gary Cooper sobrevive a la injusticia.