El bosque de las palabras

Uno de los personajes que me fascinaron en este bosque de las palabras que conforman las letras de la cultura fue Washington Irving, un escritor estadounidense nacido el 30 de abril de 1783 en Nueva York y muerto en 1859.
Abogado y escritor, uno de sus primeros libros, Las Cartas del caballero Jonathan Oldstyle, le dieron suficiente reconocimiento como para que junto a sus hermanos William y Peter, y su cuñado James Kirke Paulding, escribieran Salmagundi, en el que incluyeron poemas y ensayos satíricos sobre la sociedad neoyorquina. Tras este éxito escribió en 1809, Historia de Nueva York. Un relato sobre la ciudad en el tiempo en que estuvo ocupada por los holandeses. Esta sátira le dio fama y ganancias.
Sin embargo fue con el titulado Libro de Apuntes, del año 1820, con el que consiguió mayor éxito, firmado con el seudónimo de Geoffrey Crayon. Dos de sus relatos, «Rip Van Winkle» y «La leyenda de Sleepy Hollow», se convirtieron en clásicos de la Literatura estadounidense.
En 1842 fue nombrado embajador de Estados Unidos en Madrid, y hasta que volvió a su país escribió y se dedicó a sus investigaciones históricas.
Irving llegó a España en 1828 y su fascinación por la historia musulmana de la península Ibérica le llevó a iniciar un viaje desde Sevilla a Granada.
Y es en esta parte de su biografía donde conozco a Washington Irving a través de uno de sus escritos que más me impactaron. Cuentos de la Alhambra.
Pero el primero que publicó estando en España fue Vida y viajes de Cristóbal Colón, después de un minucioso estudio en los Archivos de Indias.
El autor americano inicia un viaje de más de 250 kilómetros por las rutas del legado Andalusí. Sevilla como punto de partida, Granada como llegada.
La campiña sevillana y la vega granadina, las sierras malagueñas. Carmona. Marchena, el río Corbones. Osuna. Bandoleros, calles estrechas. Estepa y Cervantes cuando trabajó como recaudador de la Real Hacienda.
Antequera, cruce de caminos. El Arco de los Gigantes, la Peña de los Enamorados. Irving escribió la leyenda de la musulmana Tagzona, hija del alcaide, que se enamoró del cristiano Tello.
Archidona. Loja. Alhama de Granada, Montefrío, uno de los más bellos pueblos de Andalucía. Sierra Nevada a lo lejos. En Santa Fe firmó Colón su arriesgada empresa con los Reyes Católicos. Y Granada, y la Alhambra donde puso pluma a aquellos cuentos románticos y populares que me cautivaron y me enseñaron sobre una civilización mágica.
Irving, un privilegiado viajero que durmió en las torres del palacio nazarí, que paseó por el Albaicín y la Antequeruela.
Irving no volvió a Granada, pero su recuerdo lo acompañó de por vida.
Así comienza de su citado libro Cuentos de la Alhambra el capítulo:
El pueblo español tiene pasión oriental por contar cuentos; es por todo extremo amante de lo maravilloso. Reunidos en el atrio o umbral de la puerta de la casa en las noches del estío, o alrededor de las grandes y soberbias campanas de las chimeneas de las ventanas en el invierno, escuchan con insaciable delicia las leyendas milagrosas de santos, las peligrosas aventuras de viajeros y las temerarias empresas de bandoleros y contrabandistas. El salvaje y solitario aspecto del país, la imperfecta difusión de la enseñanza, la escasez de asuntos generales de conversación y la vida novelesca y aventurera de un país en que los viajes se hacen como en los tiempos primitivos, y a que produzca una fuerte impresión lo extravagante e inverosímil. No hay, en verdad, ningún tema más persistente y popular que el de los tesoros enterrados por los moros, y que esté tan arraigado en todas las comarcas. Atravesando las agrestes sierras, teatro de antiguas acciones de guerra y hechos notables, se ven moriscas atalayas levantadas sobre peñascos o dominando algún pueblecillo; y, si preguntáis a vuestro arriero lo que allí pasó, dejará en el acto de chupar su cigarrillo para contaros alguna conseja de tesoros moriscos enterrados bajo sus cimientos, y no habrá ningún ruinoso alcázar en cualquier ciudad que no tenga una áurea tradición, transmitida de generación en generación por la gente pobre de la vecindad.
