El bosque de las palabras

Intento recordar por qué entre mis notas guardé la que ahora me dispongo a hacer pública. Quizás porque leí algo sobre esta palabra y me pareció un buen título para un relato pasional. Lo que tengo seguro es que la guardé entre el año 2000 y 2003, y rebuscando la encontré hoy.
¿Quizás por un arrebato de amor? ¿A caso por un recuerdo hilarante? O por un sueño. Eso. Mejor por un sueño que a mí vino en una noche primaveral de excitaciones y contemplaciones, de vida y euforia, de recuerdos y esencias.
LA VALVANERA era aquel lugar donde los amantes furtivos se encontraban, se veían, se amaban con pasión, porque la pasión es el escalofrío del alma.
La Valvanera del amor es en un remanso que hace el río junto a un molino derruido. De hostiles piedras de humedad petrificada, de olor a ceniza y musgo, de vigas horadadas por impunes abejorros de amarillentas rayas estúpidas y carcelarias que apontocan los desgastados y arenosos muros del tiempo en el que las canastas de harina olían a vida secreta de las espigas.
Se ven los peces entre la plata de las aguas limpias y esenciales, buscando ovas entre las grietas de las avejentadas murallas mozárabes o escamoteando los surcos de los rayos del sol que cruzan el cristal de la vida. La luz es diferente en La Valvanera en las diferentes horas del día y de las estaciones.
Por la mañana, plomiza y resplandeciente, cae a pulso sobre el remanso y la puerta, por la tarde, cobriza los colores de la otoñal hierba cuando en el interior de cenizas y adobes cae la sombra ardiente entre los desnudos pechos.
En el invierno fiero y azul los ojos la ven de nostalgia. En primavera se hace el aliento rojo en el color del desenfreno. En el verano la luz en La Valvanera es sudor de viento entre lacrimosas miradas que declaran batallas de intenciones.
Y los amantes sucumben a la luz, a las luces, a sus colores, mientras los peces intensos respiran su vida en gotas de luna cuando la noche se echa en el remanso cansada de haber sido vida.
Solo se llega andando o a caballo a La Valvanera. El misterio llega así acompañando el chapotear de los cascos en el agua, o en el frescor del portentoso elemento acariciando los desnudos pies de los amantes.
Hay un arenal en el que los cuerpos dibujan sus metáforas, y mucha vegetación que casi cubre las paredes del molino derruido cubriendo así también los gemidos del amor absoluto.
Las montañas y cerros que rodean La Valvanera ofician como murallas protectoras de las vidas que se juegan el tesoro del corazón, porque en cada beso, en cada abrazo, elevan el alma al infinito universo del misticismo. Y entonces ya todo da igual. No hay gigantes, no hay monstruos que asomados a las almenas amenacen el futuro, porque el amor es el arma más poderosa que no matando mata todos los miedos, y los amantes se solazan entre risas y lágrimas. La vida es de ellos, fuera, allá afuera nada importa o importa todo, pero el ogro de la zozobra huye por las alcantarillas.
El olor, el color, el sonido del agua en La Valvanera forman el arcoíris de la esperanza. La temperatura arropa la desnudez de los amantes. El silencio es la sinfonía del pensamiento. Los pájaros compañeros furtivos del deseo. El agua la vida que prende en la sudorosa piel de la incontinencia.
Valvanera es el nombre, mas, ahora en este tiempo que se me concede en el principio del futuro fin, no sabría deciros por qué guardé estas notas, quizás porque amé tanto en aquel recodo del río que besaba la orilla de un molino mozárabe, quizás porque allí soñé mi gran historia de amor… o por el tiempo pasado, mi memoria, rayo fugaz de mi deseo, no recuerde bien…La Valvanera, aquel lugar, o, ¡por Dios!, ¡cómo late ahora mi corazón!…¿ y si Valvanera…?
Valvanera es un nombre de mujer.
Dedicado a los amantes porque de ellos es y será el Reino de los Cielos.
