El bosque de las palabras
Cuando recalaba por tierras de Salamanca con el objeto de radiar la feria taurina de esta sin par ciudad castellana, gustaba de recorrer todo el casco antiguo sin límite de tiempo ni cortapisa, salvo el justo y medido para ejercer el oficio para el que era requerido en la monumental ciudad.
En aquellos largos deambulares matutinos respirando el aire septembrino que al contacto con las avejentadas piedras procuraban a mis pituitarias emociones y sueños de antaño que me transportaban a tiempos de capa y espada, solía visitar entre otros lugares menos cultos pero igual de acomodados a mi espíritu, las librerías, fueran de viejo o no, que a mi paso encontraba.
Una mañana de sábado, cuando la feria taurina ya reculaba en tablas, vi en un escaparate un librito pequeño de pastas amarillas y con un caballero alguacilillo pintado en su portada. Me llamó la atención y entré a verlo. “Ejercicios de la Gineta”, y como por aquel tiempo otra de mis aficiones, convertida en deporte, era montar a caballo, decidí comprar aquel librejo para saber más de aquel noble arte de la monta a la “gineta”, y la verdad que fue todo un descubrimiento porque supe mucho de caballos, de caballeros y de acciones en las que los caballeros se empleaban cuando no eran tiempos de guerrear.
Una de las curiosidades que encerraba aquel libro que tanto me interesó fue el de la caza y en particular en su página 11 la que trata sobre Veneno para matar caza mayor.
Para confeccionar el veneno hace falta cocer el zumo de Vedegambre y Rejalgar. El Vedegambre es una planta de flores blancas y fruto con muchas semillas comprimidas y que tiene un rizoma del que se extrae un polvo que en la medicina actual se emplea para provocar el estornudo. Otros lo llaman Eléboro Negro. El Rejalgar es un mineral resinoso compuesto de arsénico y azufre, muy venenoso. También se le llama Acónito.
Antes de continuar he de advertirles, si primero encuentran las hierbas y las identifican, que no intenten realizar este compuesto pues es altamente peligroso.
Los síntomas que los físicos concluían de la administración de este veneno a la caza mayor eran: frío, torpeza, ceguera, náuseas, arcadas, espumarajos, desfallecimiento y caída. El compuesto mataba antes de llegar al corazón.
Antes me he referido a los físicos como fabricantes del veneno y he de decir que ha sido por mi parte un atrevimiento al asociar esta palabra (físico) para nosotros más próxima, con la que por ejemplo en el antiguo Egipto denominaba a los hombres propios de este oficio de la manipulación de las hierbas para los distintos fines, sobre todo para este de las pócimas mortales, Psylos se llamaba en Egipto a los hombres del oficio.
Por otra parte en la denominación de la hierba que mata a la caza se emplea el nombre de Tora, y la Antora es la hierba que cura la anterior.
Entonces ya sabemos que hay un remedio para este veneno que mata antes de que llegue al corazón, si es que lo hacemos con prontitud al notar los síntomas. El remedio es machacar hojas de membrillo y de retama hasta obtener un zumo que ha de dársele a la pieza cobrada.
Lo que en este librito no se explica es por qué se necesita veneno para matar las piezas de caza mayor, si se supone que en el arte de la caza a caballo los caballeros alanceaban o mataban con flechas a las presas. Ciertamente así lo hacían por lo general aquellos bizarros hombres, pero cuando los reyes y nobles querían destacar no faltaba el típico trápala que acotando terrenos (coto de caza diríamos hoy) para la caza del rey aplicaban trampas con estos bebedizos para facilitarle las cosas a los dignatarios porque mientras la pócima hacía su efecto entonteciendo a la presa, a ellos les daba tiempo a “cazarla”.
Diríase que en cualquier tiempo se cocieron las habas.