El bosque de las palabras

De las anunciadas nubes grises lagrimeantes por las heridas del viento que nos prometieron todos los partes meteorológicos, se abrieron rayos de sol en versículos de luz para alumbrar las horas en las que la poesía pronunció regueros de sílabas que elevaron a superlativos los momentos.
Las historias que nos contaron entre interjecciones, paréntesis y admiraciones, rindieron pleitesía a los verbos y sustantivos que entre versos nos dijeron las emociones del corazón.
No llamaré mortales a los que con sus labios erizaron nuestra sensibilidad, los llamaré dioses por haber declinado el verbo amar las veces que el universo de los números se quedó sin cifras.
José Francisco Romero, ese poeta que dibuja al “amor necesitado de un labio” y que pone “la vista fijada en las estrellas”, ha escrito dos poemarios: Inalcanzable, editado por Jákara y Sueños de Luna, editado por Ediciones del Genal.
Confieso que me emocioné al escuchar recitar sus poemas a María de los Ángeles Castillo, Rosa Castro y Antonio García Pereyra, en una velada poética emocionante.
Los poemarios del malagueño conforman rimas desde el corazón que supuran almas diciéndonos de “la soledad más pútrida” o enfrentándose a “la verdad de la muerte que ruge pidiendo su presa”. El propio autor cerró la velada leyendo sus versos dónde su cálida voz derramó en nosotros “un suspiro de letras”, mientras esperamos “morir en sombras”, y entonces, solo entonces, el poeta de la melancolía y el silencio nos leyó, cómo “la luna sabe que no hay nada que rompa nuestro silencio”,
Pusieron músicas a la velada, Chapi Pineda que se marcó una Rondeña y una Bulería de bella factura e interpretación. Alonso Millán, que puso música y voz a dos poemas del autor, Rojo y Mascarada, que nos arrebataron, ambos concertistas a la guitarra, y Pepe Serna, al piano.
Cuando ya las horas parecían acoplarse a la rima de los versos en la noche de las emociones, José Francisco nos alimentó aún con dos encantos. Ayer, “río eres ayer en mi interior”, y Melancolía, “el beso de un quejido”… y ya fue cuando nos rendimos a la evidencia de la obra de un corazón puro, el de José Francisco Romero.
