El bosque de las palabras
Días pasados se presentó en el Hospitalillo la revista Hosanna, para la que me pidió Antonio Luna una colaboración, que gustosamente acepté, pues aunque mi fuerte no es precisamente la Semana Santa, si lo era la conexión con el mundo de toro.
Hay un tiempo para la alegría y otro para el silencio, ese silencio interior que se manifiesta a gritos y se derrama en los corazones de los creyentes cuando llega el tiempo de la Semana Santa. Y yo diría: en los creyentes y los no creyentes, porque el silencio es parte de la expiación de las almas, y aún no se ha demostrado que los que no creen en nada, ni en nadie, no tengan alma. Y ya se sabe que el alma es patrimonio de Dios.
El silencio forma parte del luto y del dolor que tienen especial significado en este tiempo de reflexión y recogimiento. Y ambos, (silencio y dolor), forman parte de un mundo que, como el de la Semana Santa, tiene su propio ritual: La Tauromaquia.
La Tauromaquia es una forma de vida que engendra el toreo como arte efímero, contundente y real que se atiene al rito de la vida y de la muerte.
Hay alegría en la vida y hay dolor en la muerte y como en la Semana Santa, ambos se manifiestan en el toreo.
Y en el ritual, la liturgia, pues la liturgia es la forma de realizar la ceremonia que nos conecta con el orden espiritual del rito.
Los ornamentos y los actos del rito nos sumergen en el corazón del misterio, que es el fundamento de las vivencias interiores y exteriores de los penitentes de la Cuaresma y de la Tauromaquia. En ambos, la liturgia es imprescindible para sentir las vivencias de esos momentos. Y en ambos, la liturgia abraza las artes (literatura, pintura, arquitectura, etcétera) para motivar a los fieles e imbuirse del misterio del éxtasis, del misterio que en ambos (Semana Santa y toros) se representa, que no es otro que el de la muerte y la resurrección. En la Semana Santa, porque después del dolor y la muerte llega la Resurrección, y en la corrida de toros, porque la resurrección del hombre está en que el torero vence a la muerte que es el toro.
Muchos pueblos, al margen de las ciudades de Sevilla y Madrid con mayor tradición taurina, abren sus temporadas de toros en las fechas de la Semana Santa; o bien programando festejos en el Domingo de Ramos, caso de Madrid; o bien el Domingo de Resurrección, caso de Sevilla.
Málaga, decaída ya su importancia dentro de los circuitos taurinos, se aviene solo a criterios económicos, y Marbella, que cerró su plaza por puros criterios políticos hace ocho años, en la actualidad, permanece cerrada incomprensiblemente, aun cuando gobierna un partido que cree y defiende la Tauromaquia.
Si hay un color que represente la pasión y el luto en ambos ritos, (el de la Tauromaquia y el de la Semana Santa), ese es el negro:
“Negra faja y corbatín negro, con un lazo negro, sobre el oro de la manga, la chupa de los toreros”, que escribiera Fernando Villalón, el ganadero poeta que criaba toros con los ojos azules.
Y el negro de las divisas negras. Y el negro de los capotes de paseo. O el de los ternos (trajes) de ese color, al que, eufemísticamente, se les llama ternos de catafalco y oro.
Ganaderías como las de Torrealta o Santiago Domécq, guardan la preceptiva del silencio en el luto cuaresmal, enmudeciendo los cencerros de los cabestros cuando en Semana Santa realizan labores de apartado en los cerrados.
Hubo toreros, y hay en la actualidad, que están muy conectados con el devocionario ritual de la Semana Santa: Juan Belmonte estuvo vinculado al Cachorro sevillano y a la Virgen de la Esperanza de Triana. Lagartijo al Jesús Caído. Morante de la Puebla está vinculado al Señor del Gran Poder. Joselito el Gallo estuvo en la Esperanza Macarena y, Antonio Ordóñez, a la Esperanza trianera y a la Soledad de San Lorenzo.