El bosque de las palabras
Este poemario que ustedes leerán seguro, es como “esa tarde de invierno” en la que todo queda en silencio, porque “todos se han ido” y un rayo de “sol furtivo calienta mi alcoba”, que no es otra que el alma de Maribel, o el alma de cada una de las almas que como ella sentimos en el tiempo el paso de nuestra vida encumbrada, unas veces, y derrotada, otras, pero que da fe de nuestro existir.
Estos versos son, en el ideario del espíritu poético, un testamento notarial de vida, de la vida de María Isabel Castro Rivera, como la vida de tantas personas buenas que habitan este mundo de rimas y versos que son como venas en los cuerpos sucedidos de emociones puras.
Nos regala Maribel su primera obra poética publicada, como nos regala su alma, no para envidiarla, sino para quererla y entenderla, como ella quiere y entiende a los seres que la hacen feliz.
La vida, el tiempo que retrata Maribel, aquí, es ese mismo que “Fue una tarde triste y lenta… con el dolor oculto de lo vivido… tras los cristales, gris y lluvioso día, crece el dolor…” porque el miedo a la soledad, que tan vulnerables nos hace, atenaza hedor de muerte y silencio antes de que “la esperanza regrese a mi latir salvaje, al azul añil de mi cielo manso, a lo sutil de colibríes en vuelo. Hoy reaparezco libre de equipaje. Sin triunfo sonoro, solo descanso, como agua mansa en completo consuelo.”
He ahí la resurrección sobre el olvido, la espera, el reconocimiento del existir, la rueda del tiempo… y después de todo esto, los siguientes versos llenos de tiempo, de fortaleza, de esperanza y de advertencia:
“El viejo olivo
qué solo y triste está
sin su olivar.”
Gracias Maribel por este poemario lleno de versos de tiempo y vida que nos hacen sentirnos, como debe ser, humanos.