El bosque de las palabras
Mariano Fernández Cornejo es un pintor contemporáneo nacido en Melilla y residente en Málaga desde 1976.
Es licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla.
Ha ganado la beca de paisaje “El Paular”, en Segovia, concedida por el Ministerio de Educación a propuesta de la Facultad de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.
Es profesor jubilado de la Escuela de Arte de San Telmo en Málaga, donde ha desarrollado su labor docente como profesor de Dibujo y Color.
Ha realizado numerosas exposiciones en salas, galerías y museos y ha recibido varios primeros premios de dibujo y pintura.
Ha publicado libros de poesía y pertenece al grupo Capitel de escritores y pintores, así como a la junta directiva de APLAMA, (Asociación de Artistas Plásticos de Málaga).
Ha comisariado varias exposiciones, entre ellas “EL DIBUJO CON MAYÚSCULA” y “LAS HUELLAS DEL DIBUJO”
En la web de Almiar, más que arte, he leído:
Pintar es enfrentarse de tú a tú, con valentía, sacando a flote la inocencia, buscando caminos sin transitar, escogiendo la oculta vereda sin saber qué encontrar, pero sabiendo que el silencio reconforta y anima a seguir el camino sin término, encontrando en el viaje «esquemas-apariencias», pero sabiendo ver nuevas esencias olvidadas.
La sugerencia de las formas se interpreta por cada cual, subjetivamente, rellenando y acoplando la imagen al puzzle mental individual, clasificando, referenciando las viejas formas con las nuevas apariencias, solo le cabe al artista el mérito de hacerlas patentes, evidentes, visibles al fin, y esa visión es única.
El creador llega a ser un mago que crea apariencias apetecibles en soledad, deleitándose con cada encuentro, creando nuevas técnicas de expresión plásticas, nuevos estilos que desea dar a conocer. Por eso es por lo que el artista se ve obligado a exponer y defender su obra y su punto de vista.
Esta declaración forma parte de su proceso creativo.
Pero añado algo que leí en el Diario Sur:
PERSISTE UN ADIÓS FUGAZ EN EL TIEMPO medido boca abajo, en el reloj de arena de otras playas, donde tú te medías con las olas y conmigo, con saltos de cabriola, retándome a seguirte mar adentro hasta donde nuestros pies no tuvieran otro asidero que la horizontal sobre el agua, flotando muy despacio, juntados cuerpo a cuerpo con el vaivén que inventa osadías en el mar, la gracia de lo tangible de tus senos, mirándome con la desvergüenza de la inocencia en la cara, después, no habrá después, solo rastro de amor inmenso por la orilla y alguna barca abrasada por el sol.