El bosque de las palabras

A nadie descubro si digo que lo que se cultiva más en estos tiempos es el culto al cuerpo.
Toda la publicidad, desde que se inventó, ha ido dirigida en favorecer el cuerpo de la mujer, para que ellas se sintieran queridas y deseadas, y para que ellos las desearan y las quisieran, como una forma de aceptarse ambos sexos socialmente, fomentando así todo el sentido machista que del mundo ha sido… y es.
Y luego vinieron todas esas guerras de sexos, y esas minusvalías psíquicas, tanto de un género como de otro.
Mujeres delgadas y feminizadas, hombres atractivos y viriles, dentro de unas modas que han ido cambiando en función de la evolución social.
Antes, el bello en el hombre era ensalzado, y ahora, los hombres se depilan… en fin, y así muchas historias que ustedes conocen, alrededor de las cuales nacieron negocios bastante lucrativos y suculentos.
De las peluquerías de las señoras a donde acudían como mucho semanalmente, y las barberías de los hombres, para pelarse y rasurarse excepcionalmente las barbas, a los institutos estéticos, clínicas de adelgazamiento y quirúrgico faciales, gimnasios, bótox, anabolizantes… un sin fin de productos para que nuestro cuerpo sea atractivo y se degenere lentamente.
Quiero consensuar que el culto al cuerpo se fomenta en las sociedades ricas, porque, en las pobres, hay otras necesidades antes que gastarse el dinero en cosas tan poco provechosas e innecesarias.
Y quiero criticar la maldad demoniaca de ciertos seres y colectivos que introducen en las mentes el perenne inconformismo con nuestro cuerpo.
Mas, voy a tranquilizarles, pues, ya se sabe que mal de muchos, consuelo de tontos.
Ya, Santa Teresa de Jesús, nos daba lecciones sobre eso del culto al cuerpo.
Decía:
.- “Almas reales no se contentan con amar cosa tan ruin como estos cuerpos…”
Porque ciertamente el cuerpo es una cosa ruin que terminará pudriéndose, y más le vale a las personas cultivar el alma para que esté por encima de los cuerpos, pues así nuestro espíritu alcanzará mayor dignidad.
Decía Santa Teresa:
.- “Cuán gran ceguedad se trae en este querer que nos quieran.”
En la obsesión de que nos quieran, que es aprovechada por los maledicentes que alimentan el culto a los cuerpos, es una ceguera que nos ofusca la razón, y que quiérase, o no, a pesar de todas las campañas pírricas sobre el asunto, alimentan las diferencias entre las personas gordas y delgadas.
Pero Santa Teresa tiene la solución para no caer en ese pecado del narcisismo:
.– “Lo primero que hemos de procurar es quitar de nosotros el amor de este cuerpo…”
De esta forma, apartando la piedra, impediremos el tropezón. Y será la sensatez, como en todos los órdenes de nuestra existencia, la que nos dé la medida para cuidar de nuestro cuerpo, y no ser sometidos a su imperio.
Y finalmente Santa Teresa, para los agnósticos, Teresa de Ávila, nos ofrece una regla para superar toda esa locura del culto al cuerpo.
Dice:
.- “El cuerpo tiene una falta, que mientras más le regalan, más necesidades descubre.”
Es decir, aquello de mientras más tienes, más quieres. Una debilidad humana congénita a nuestra especie. La ambición, la avaricia.
Pero no tomemos este llamado a la austeridad o a la pobreza, como un llamado a la miseria o al abandono.
Cuidemos de nuestro cuerpo porque es el único que tenemos, y es nuestra responsabilidad conservarlo sano el mayor tiempo posible.
Dediquemos a él lo esencial y lo justo, con sensatez.
Un monje que pertenecía a la regla de San Benito me dijo una vez que la cosa no iba de comprar las zapatillas de deporte más caras del mundo, que pagáramos por las zapatillas, y aquí, léase calzado necesario, lo que tuviéramos que pagar, pero que nos aseguráramos de que se habían fabricado por ejemplo, sin explotar a ningún niño.
Pues lo mismo que podemos aplicar esa sensatez, podemos aplicar la de preguntarnos antes de hacernos una liposucción, si lo hacemos porque la necesitamos o por parecerle más guapo a los vecinos del quinto.

