El bosque de las palabras

Esto que les leo no es mío. Es de Juan Antonio Mateos Pérez.
“La actual eclosión de la tecnología digital no solo está cambiando nuestra forma de vivir y comunicarnos, además de influir cómo pensamos, nos está cambiando la forma de sentir y de comportarnos, y el modo de funcionar nuestro cerebro.
Nos impide entrar en contacto directo con la angustia, el temblor, las penas y las alegrías de las personas, desnaturalizando la experiencia personal con el otro y produciendo una melancólica insatisfacción en las relaciones impersonales.”
El autor de esta reflexión, JUAN ANTONIO MATEOS PÉREZ, es salmantino, doctor en Filosofía y Licenciado en Historia Contemporánea, tiene estudios de Antropología y Teología, y ejerce la docencia.
Y sí. La tecnología digital es buena. Todos sabemos en este primer cuarto de siglo XXI en el que vivimos, que es conocimiento inmediato, que ahorra pasos y burocracia, que nos ayuda en nuestro trabajo diario, que nos comunica y que, entre otras muchas cosas más, nos permite relacionarnos, no solo con nuestro ambiente más inmediato, sino con otras personas en destinos lejanos y para muchos, desconocidos.
Y es aquí donde coincido con esta reflexión que nos deja Juan Antonio. La tecnología digital:
“Nos está cambiando la forma de sentir y de comportarnos, y el modo de funcionar nuestro cerebro.”
Precisamente, las comunicaciones que mantenemos en los sistemas de mensajería inmediatos, las interacciones con nuestros seguidores o amigos, nos privan del contacto directo. No solamente el físico, sino incluso el telefónico, empleando la voz. Ya no nos llamamos, nos wasapeamos. Y esta forma de relacionarnos nos hace más valientes, porque no tenemos que dar la cara, ni para lo malo, ni para lo bueno. Con escribir el mensaje nos conformamos, aunque a veces olvidamos que lo escrito, escrito está, y que las palabras se las lleva el viento. Quizás por ello los jueces admiten los WhatsApp, en general, la mensajería, como prueba, en un litigio.
El hecho de este acto, entrecomillo, de cobardía, nos lleva a no ser empáticos. Desnaturaliza la relación humana. Distorsiona la sociabilidad. No río con el otro, ni lloro. Expreso mis emociones con emoticonos, y eso hace la relación impersonal y en palabras del doctor Juan Antonio Mateos, produce “una melancólica insatisfacción” porque la relación de persona a persona se evade en un mundo digital que nos quita trocitos de nuestro ser para convertirnos en un clic más del teléfono móvil.
Antes de que sea tarde. Rescatemos las miradas, los abrazos. No hay nada más solidario, empático y beneficioso para la humanidad que una sonrisa, una mirada, un abrazo… y entonces, como arte de magia, nos sentiremos personas.
¡Hagan la prueba!
