El bosque de las palabras

Se ha presentado el número 14 de la revista de pensamiento y literatura, La Garbía que edita y promueve junto a un exquisito consejo de redacción, Andrés García Baena, y que patrocina la Fundación Banús.
Este número ha sido dedicado al poeta Vicente Aleixandre y al filósofo Michel Foucault.
A continuación les extracto parte del artículo que escribí para este número, y que titulé: Defunción de Velintonia. Velintonia es la casa en la que vivió el premio Nobel, Vicente Aleixandre.
“Allí, en Chamberí: Hirsuta, enigmática, fantasmal, fría, vieja, mortecina; yace, vestida de amarillo, la difunta Velintonia.
Fría como la nieve que la cubría hace tres años.
Rajada por la faca del tiempo que desfigura un rostro anciano y vivo, que la habitó.
Abandonada en la tristeza de los versos, compulsivos y silenciosos, del misterio de las sombras.
Olvidada por todos, y por nadie. Y nadie acelera el tiempo de una resurrección, y todos la niegan en la esperanza de la redención.
Abandonada y olvidada, difunta de cuerpo presente, en la calle que ahora lleva el nombre del poeta que la amó y la habitó.
Amamos los lugares en los que hemos sido felices, en los que transitó nuestra vida, con sus sombras y sus tristezas, y algunas alegrías.
Amamos esos lugares porque en ellos hemos crecido a la humanidad, a más y a menos, a más y a más, hasta envejecer juntos.
Los amamos porque nos han dado el calor de sus lumbres en los salones, y el frescor de sus patios y jardines.
Amamos la casa que habitamos porque ella nos protege del exterior agresivo y amenazante. Porque en ella somos nosotros, no siendo en ningún otro lugar.
Vicente Aleixandre siempre habitó Velintonia, menos los años de su infancia en Málaga, y el tiempo que tardaron en construirla, estando ya la familia en Madrid.
Es decir. Toda su fructífera y silente vida literaria.
En la primavera del 77, había sido operado de un glaucoma. Se quedó en Velintonia. Allí, arropado. Seguro. Protegido. No fue a recoger el premio Nobel por estar enfermo.
Neruda fue uno de tantos poetas que pasaron por Velintonia, la casa de la poesía. La casa de la amistad. La casa donde se reunía el talento del quebrantado siglo XX.
Pablo Neruda escribía, en Memorial de Isla Negra, 1964: «¡Ay! mi ciudad perdida»
“Me gustaba Madrid y ya no puedo
verlo, no más, ya nunca más, amarga
es la desesperada certidumbre…
Me gustaba Madrid por arrabales,
por calles que caían a Castilla…
Mientras enderezaba mi vaga dirección
hacia Cuatro Caminos, al número 3
de la calle Wellingtonia
en dónde me esperaba
bajo dos ojos con chispas azules
la sonrisa que nunca he vuelto a ver
en el rostro
-plenilunio rosado-
de Vicente Aleixandre
que dejé allí a vivir con sus ausentes.”
Cuando murió el poeta, Velintonia se quedó vacía. El silencio aterrador se pegaba a las frías paredes como lapas, y el cedro, quedaba vigilante en aquella casa de los versos, para que las miserias y musarañas no arañaran por dentro sus paredes. Pero el cedro de Velintonia, que había plantado el propio poeta, no pudo evitar la herrumbre y el dolor. Tampoco evitó, que las voces que aman la poesía, y el alma de quien la habitó, fueran ninguneadas en sus luchas por la dignidad de una casa, que fue la casa y el hogar, de un grande de los nuestros, y que tenía nombre propio. Velintonia.
Y termino con un poema de mi autoría:
Allí quedó, vacía, sola,
difunta, amarilla, mortecina.
Velintonia.
Como una empobrecida ruina,
como una huérfana desolada.
Velintonia.
En un Madrid frío, herrumbroso,
olvidadizo, injusto, lascivo.
Velintonia.
Gritando poemas desesperados,
en las noches inciertas y misteriosas,
de los fantasmas del pasado.”

