El bosque de las palabras

Ana Paula, a quien conozco desde hace más de tres años, porque mi compañera y amiga, Teresa Floro, me la presentó en un encuentro poético que desde entonces se celebra en la plaza Manilva de Estepona, me mandó, después de mucho tiempo, su ópera prima, el poemario Alas Infinitas, de tan largo y costoso parto para ella, que finalmente lo presentó en días pasados
En aquel acto, Ana Paula, nos confirmó que el poemario que había escrito era un poemario de empoderamiento.
Hace unos meses, Ana Paula, me pidió un epílogo, y tras detenidas lecturas, varias, para poder sustraer el corpus del poemario, y el alma viva de sus poemas, le escribí, y ella lo publicó, esto que, a continuación, va.
Epílogo.
Me perdí “en los márgenes del silencio”, porque “fui muchas veces silencio”. «Fui miedo». «Fui vergüenza…” hasta que “empecé a recordar quién era antes del dolor.”
Y es así cómo Ana Paula Mena Galán se ha desnudado ante nosotros, lectores, sin importarle la vergüenza del dolor y queriendo compartirlo emocionalmente, provocando una empatía espiritual poco común entre los infelices mundanos.
Su amiga y poeta, Mari Luz, nos leía en el acto de la presentación del poemario. Inmersión en la oscuridad
Y en su exposición, escribí en el epílogo, la redención, porque así mismo, esta pensadora de almas y poeta espiritual que es Ana Paula, nos ofrece la esperanza de quienes somos, éramos, “antes del dolor”. Luego, hay futuro en paz.
Mar Navarro nos ha leído, en las sombras luz.
Su acto de valentía, la de la autora, queda de manifiesto, (como escribe Waltraud Plank Arteaga, en el brillante prólogo que le regala a la ópera prima de Ana Paula), en “cada poema suyo (que) no es un texto, es una herida abierta que ha aprendido a cantar…”
Ana Paula es mujer, locuaz, reflexiva, madre, empática, resolutiva… todo lo que un hombre jamás podrá ser, pues herida, canta a la esencia del ser humano y nos recuerda en su verso que las alas “infinitas” de mujer pueden “volarlo” todo, y además, como puñal de sangre, en cada estrofa, abre nuestras carnes para afearnos a la especie humana que a la mujer, (en carne y en espíritu), se le debe tributo obligado de vida.
El poeta cordobés, José Puerto Cuenca, nos ha dejado escrito para aquellas personas que transitamos entre los reglones de la ansiedad poética, que la escritura (el verso también, ¡claro!) es como una aventura, como un camino que parte y que va hacia nosotros mismos, pero con proyección hacia el lector… que la palabra escrita es como la revelación que conecta al ser limitado con el Absoluto.
Eso es este poemario, la epifanía de Ana Paula hacia lo Absoluto.
Susurros negros me hicieron perder la razón./La voluntad se desvaneció./ El amor se diluyó entre sorbos de sinsentidos.
La palabra, cada una de ellas, es la palabra de la conciencia que pide liberación, de los miedos, de los demonios, de la oscuridad… y que se eleva con alas infinitas al cielo de la esperanza como catarsis de lo humano.
Les diré que junto a este poemario, su hija Daniela Rojas, presentó, igualmente su ópera prima, Alas infinitas, ilustraciones al poemario de Ana Paula, que me parece un trabajo ilustrativo, innovador, equilibrado, riguroso y simbólico, que conecta, vitaliza y da sentido a las Alas Infinitas de su madre.
He descubierto en Daniela Rojas, tras ver y estudiar su trabajo, una potencialidad artística que le augura un satisfactorio porvenir en el arte visual.
Gracias, Ana Paula, por este vuelo eterno de tu alma, tejido con las plumas de tu poesía de la desnudez.
Con esta dedicatoria final de la autora, y con el poema, leído por mí, que da título al libro, cerramos nuestro Bosque de las Palabras de hoy dando las gracias a Miguel Rodriguez, por el trabajo gráfico.

























