El bosque de las palabras

En uno de los artículos que en septiembre del año 22 emitimos en Marbella Hoy, en esta misma sección de el Bosque de las Palabras con el título de UN SUEÑO INALCANZABLE, escribía esto que sigue:
“No llamaré mortales a los que con sus labios erizaron nuestra sensibilidad, los llamaré dioses por haber declinado el verbo amar las veces que el universo de los números se quedó sin cifras.”
Así me refería a un poeta, a un amigo que en estos días se me ha muerto.
A las nueve en punto de una calurosa mañana de agosto chorreaba llanto el mensaje del móvil que anunciaba el fin de la vida de un hombre bueno, de un excelso poeta.
Al punto del calor estival en sus olores vivos de vida y luz se escapaba entre las azucenas del jardín de los cielos el alma de José Francisco Romero, con quien hacía un año había compartido mesa poética, invitados por Isabel Romero, en el Museo Rando.
Yo ya sabía de su obra cautivadora y sensorial pero allí, en aquel patio del Mandarino del museo, quedó dicha para deleite y añoranza de los escuchantes asistentes.
Así dije en aquel artículo, y así digo en este obituario del amigo:
“José Francisco Romero, ese poeta que dibuja al “amor necesitado de un labio” y que pone “la vista fijada en las estrellas”, ha escrito…” los poemarios: Inalcanzable, editado por Jákara y Sueños de Luna, editado por Ediciones del Genal… luego publicó Trazas de Otoño y La Piel del Deseo.
Y seguí escribiendo:
“Los poemarios del malagueño conforman rimas desde el corazón que supuran almas diciéndonos de “la soledad más pútrida” o enfrentándose a “la verdad de la muerte que ruge pidiendo su presa”.
¡Qué gótico anuncio al final de una estación de luz… hace un año… la muerte que ruge pidiendo su presa... que en estos días para desolación de nuestras almas, consiguió!
Y sin embargo en sus versos la esperanza y… las sombras que finalmente le alcanzaron en vida:
Versos que le oí decir con su cálida voz derramados en todos los asistentes:
“un suspiro de letras”, mientras esperábamos “morir en sombras”, y entonces, solo entonces, el poeta de la melancolía y el silencio nos leyó, cómo “la luna sabe que no hay nada que rompa nuestro silencio”
“Cuando ya las horas parecían acoplarse a la rima de los versos en la noche de las emociones, José Francisco nos alimentó aún con dos encantos más. Ayer, “río eres ayer en mi interior”, y Melancolía, “el beso de un quejido”… y ya fue cuando nos rendimos a la evidencia de la obra de un corazón puro, el de José Francisco Romero.”
Adiós amigo, toma estas dos monedas para dárselas al barquero y, cuando llegues a la otra orilla de la laguna, míranos en el horizonte de una vida rimada en consonante o en asonante y cuenta los días en que hemos de ir a acompañarte haciendo la misma travesía, pues si hay algo cierto en esta vida en verso es que el final del poema se cierra con un estrambote.
