El bosque de las palabras

Un año más se ha cumplido el rito.
Las noches mágicas de poesía y música en el verano malagueño han cubierto de vida y anhelo el espectro de las rimas, el poder de los versos.
La mano que mueve los versos, la de Isabel Romero, directora de las entrañables noches, y los exquisitos guiones de Ainhoa Romero, nos han transportado en este ciclo a la poesía y los textos de los grandes de la literatura, francesa: Paul Valéry, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Víctor Hugo, para finalizar esta temporada con el homenaje a un poeta malagueño que en esta ocasión fue dedicado a Salvador López Becerra.
La gran acogida de público que ha tenido esta edición de las Noches del Rando, supone una manifestación triunfal de la cultura en el verano de Málaga.
El concurso de la directora del museo, Vanesa Diez, su mano derecha, Álvaro, y todo el personal, han colaborado en la suntuosidad de las noches mágicas bajo el centenario mandarino del museo.
Las voces de Inés María Guzmán, Rosa Castro, Joaquín Palmerola, Miguel Ángel García, Fernando Bonilla, María de los Ángeles Castillo, José Antonio Fernández, María José Vizcaíno, Marí Luz Aguilar Galindo, Salvador Sepúlveda y la mía propia, sirvieron para dar fe de tanta calidad literaria.
Los poetas invitados en esta temporada han sido: Concha García, Marisa Calero, María Jesús Fuentes, Antonio Ríos, Paloma Fernández Gomá, Manuel Gahete, Ildefonso Gómez Sánchez y Javier Mogollón.
Y claro, la música, que puso la filigrana auditiva en la emoción de los espectadores, estuvo a cargo de: El coro del museo Rando. Viviana Idrovo. Eduardo Volkmar. El piano de Germán González. El grupo Swingate, el tenor Francisco Arbós, y Blanca Romero.
Despido hoy este Bosque de las Palabras con un poema de Salvador López Becerra, incluido en el Libro de los Instantes:
«El infinito cabe en una hoja de papel (Lu-Chi)».
En el corazón del Atlas -acariciada por lo perfecto- se revela una casa de piedra. Las chimeneas están encendidas y el humo en su libre vuelo dibuja -zigzagueante y en leve futilidad- graciosas y trenzadas nubecillas plateadas… ¡Oh esbozos, caprichos, contentos que en el espacio infinito dibuja el soplo del austro!
Llega el mediodía y suena el ángelus de Caccini. En el zaguán, bajo el emparrado cubierto de luminosidad, tres rostros -el de un hombre y dos niños- contemplan un eclipse y el fulgor de la luz en la antesala de la tarde; sonríen sin esfuerzo, son felices.