El bosque de las palabras

LA CHATA EN LOS TOROS -Romance de la Infanta Isabel- de Rafael Duyos
¡Deprisa, que no llegamos!
¡Quiero la mantilla blanca!
¡Qué runrún por los salones
del palacio de Quintana!
Mayo y tarde dominguera.
En el piano, una sonata
se le deshace en los dedos
gordezuelos a la Infanta.
-Maestro Saco del Valle:
Tanto Beethoven me cansa.
Te lo digo sin rodeos:
Chopin sí me llega al alma.
Siempre se lo pido
a Emilio Serrano:
Cuando me traigas
algún artista infantil,
quiero música romántica.
Como Aroca el otro día,
o como en cosas de España
el niño Lucas Moreno
con la Danza Diez. . .
¡Caramba, son las cuatro
menos cuarto; no llegamos
a la plaza! Maestro,
mientras me visten,
tecléame tú la danza.
Juanita Bertrán de Lis
-que hoy está malhumorada-
va y viene por la saleta.
Se turna con su otra hermana.
Mañana vendrá Margot,
siempre alegría en la cara.. .
Juanita, incansable, ordena:
-El coche a las cuatro.
Pasan las doncellas
con el traje de su Alteza
-lila y grana-, con encajes
de Bruselas apretando
cuello y mangas
y rematando la orilla
manola de la gran falda.
Mientras la visten, no cesa
de hablar la señora Infanta:
Y, sin embargo, fuera de lo que el romance de Duyos nos deja ver, cierta alegría en ese momento de vestirse para ir a los toros, hay una tristeza inmanente en la vida de este personaje Real.
Y por algún motivo, la Infanta Isabel fue el miembro más carismático de la corona.
Isabel de Borbón y Borbón, apodada la Chata por el pueblo madrileño, que la quería más que a cualquier otro miembro de la realeza.
La quiso tanto que el gobierno de la Segunda República se vio obligado a consentir que fuera la única representante de la Casa Real en quedarse en territorio nacional.
Luego acompañó a su familia al exilio. No se quedó.
Y el pueblo la quiso tanto que propició que se le diera el nombre a una calle de Madrid. La calle Princesa.
Pero el origen de la tristeza de la Infanta Isabel, La Chata, ya venía desde el principio de su vida y los acontecimientos ocurridos en ella.
El día en que su madre fue a presentarla en la basílica de Atocha, el cura Merino intentó asesinarla.
Fue dos veces princesa de Asturias. Es decir, la primera en la sucesión al trono. Y dos veces que dejó de serlo. La primera por ser la heredera de su madre Isabel II, y más tarde como sucesora de su hermano Alfonso XII.
Aunque probablemente la mayor tristeza fue haberse casado concertadamente con Cayetano de Borbón – dos Sicilias – al que no quería y nunca se sintió querida por su pariente. La distancia entre ambos en su viaje de bodas fue un hecho penoso que influyó en la tristeza de la Infanta.
Otro motivo para aumentar la tristeza fue que durante ese viaje de novios, supo de la noticia del derrocamiento de su madre y no pudo regresar a España, hasta que Cánovas del Castillo restauró la monarquía.
Y finalmente el hecho de que su marido fuera epiléptico, y enfermo mental, y que terminara suicidándose.
Es comprensible que el pueblo madrileño la quisiera, como es comprensible que la tristeza la acompañara en su vida, a pesar de ser una mujer socializadora e implicada con la sociedad de su tiempo.


