El bosque de las palabras

Esto que voy a contar no es de mi cosecha, se lo leí al crítico taurino don Ventura, sobre un sucedido en la plaza de toros de la Barceloneta, el 24 de septiembre de 1893.
Toreaban en aquella plaza de toros de Barcelona los espadas Espartero y Jarana, con toros de la ganadería de Benjumea. La plaza estaba llena hasta la bandera y el público emocionado con lo que sucedía en el ruedo hasta que, de repente, todo el mundo quedó en silencio pues un pajarillo que, y cito textual: “sin duda hacía su primer vuelo, cayó a la arena aleteando».
Los espectadores pasaron de la curiosidad a la expectación cuando vieron que un banderillero salió del burladero parando la lidia del toro, se dirigió al inofensivo pajarillo, y tomó en sus manos a aquella “tierna avecilla”. Algunos no daban crédito a lo que estaban viendo. Entonces, en el silencio, también pareció haber división de opiniones, pues muchos se preguntaban ¿Qué iría a hacer aquel subalterno con el animal? Otros daban por hecho que aquellos serían los últimos segundos de aquella tierna vida, y algunos otros, quizás los menos, pensaban que sería retirado del ruedo hacia el callejón, sin más.
Dejó el subalterno el capote en la arena. Tomó con sus dos manos a aquel gorrionzuelo, y echándolas hacia arriba con fuerte impulso ayudó a aquel atribulado animal a emprender el vuelo dirigido hacia el Parque de La Ciudadela.
Todas las miradas siguieron el vuelo incipiente del avecilla, hasta que se perdió tras los tejadillos de la plaza, y fue entonces cuando, todos, público y toreros, prorrumpieron en una larga ovación.
Un minuto después, reanudado aquel tercio de varas interrumpido por aquel sensible hecho, el público, enfurecido, pidió con gritos destemplados: ¡Caballos! ¡Caballos!, pues el toro había dejado inertes los dos jacos de tanda, y ante aquella acometividad del fiero animal, el respetable pedía, con ira, que aquel tercio se cumpliera según los cánones, que eran, por aquel entonces, que ingresaran al ruedo más picadores para terminar de cumplimentar el primer tercio de la lidia, que en el siglo XIX, era el más importante de la tauromaquia.
Este es un ejemplo de la volubilidad de las masas, que de repente se vuelven agresivas y brutales, o sensibles y dulces, ante distintos hechos acaecidos en la proximidad o lejanía del tiempo. De ahí el peligro que tienen los incautos que alimentan a la bestia.
De repente es dulce, como de repente es bruta.
En el hecho de aquella corrida de toros que le leí a don Ventura, la masa estaba localizada en un entorno perimetral como era la plaza. En las Redes Sociales no hay perímetro, y advierto que, las Redes Sociales son, hoy en día, un conducto fácil para que los incautos rompan la baraja.