Si me preguntan a mí…

Les voy a sorprender con la verticalidad. Y con los paralelismos. Con la igualdad y con los planos. En épocas de conquista social, en tiempos en los que hemos sentado al término ‘igualdad’ en el podio de los valores, les hago conocedores de un nuevo fracaso. Porque en la verticalidad no hemos pensado nunca. Decimos que somos iguales, y abrimos nuestro catálogo de principios ante todo congénere para mostrar su equidistancia, orgullosos de que ahora ya es irrelevante si en nuestra esfera privada el placer viene por delante o por detrás, que consideremos el sexo como acto biológico o el desarrollo de una dubitativa identidad; nos importa un bledo el color de la piel, de si estamos rosados por exceso de sol o blancos por carencia de excitación. O porque llevamos peluquín y vivimos en Versalles. De hecho, da igual, vivir en Versalles o en las favelas de Río. Cualquier actitud, cabellera, impregnación o símbolo, son bienvenidos en cualquier ámbito, foro o castillo – tatuado, injertado, punteado, como sea -¡es tu cuerpo! Ante reyezuelos o ante Drag Queens, mostramos orgullosos nuestro amuleto de tolerancia, para que nunca se nos pille en renuncio alguno; al cuello, en trenzas, atravesando el tabique nasal, agrandando el lóbulo o pinchado sobre la ceja. Símbolos numéricos, signos y esquemas, letras al azar de todos los idiomas –especialmente los lejanos y místicos—ya no distinguen otra cosa que el gusto o la elección donde antaño se situaba el sombrero de copa, la boina o el bombín. Amamos a los ‘trans’ pero no abrimos la puerta a una señora -podría ser machismo. Bailamos con el belleza de la pandillo de mi amiga el pepe, al son de la canción de ‘mi trigal’. Y no me importa llamarle a ‘ella de tu o de señor tía, de tío buena o alumno bi de hoy tú, guapa‘. Endomorfo, mesomorfo, con o sin handicap, implantes o aparato dental. Mola. Hueles bien y mola. Pero porque también he aprendido que el olor es humano. Adiós Chanel. Eso es del pasado. Adiós a Theo que en los cielos estás y porque no te distingo de mi bienestar tautológico. Eres lo que estás, en estos momentos en que de todas formas, nada comprendo porque todos somos uno. Por fin.
El ser humano, retrato de sí mismo en cuadros de Pollok -vaya eme de Pollok- No entiendo nada. Pero tampoco comprendo a Picasso, ni sus narices atravesadas. Con lo buena que está Pamela, a quien ya no distingo de Warhol, porque está igualmente bueno, con su melena y sus colores complementarios. En fin, todo igual. O no –cierto esa foto concretamente: ‘tiene photoshop’. Pero mola, porque soy igual que ella, es decir, como él también. Me da igual, porque somos iguales y eso es lo que importa. Todo igual, tan mortales y tan similares.
Pero ahora voy al grano. Ahora saco la verticalidad. Y se van a asustar. Porque no lo han conseguido. No. Les queda una asignatura pendiente y mucho me temo que les va a costar más que a mí la asignatura de derecho laboral. Y no porque no leyera a Marx. Al contrario. Le leí, le comprendí y luego vi su ejemplo. Todos iguales en la China de Mao ¡Qué admiración!. No vi las armas, por supuesto. Hablamos de principios, de debate. Hablamos de igualdad. En fin, como les iba diciendo, ahora sacaré la verticalidad y se quedarán asombrados. Porque no lo hemos conseguido. Ni Mao. No, él tampoco. Con lo bien que sabía convencer.
Porque la verticalidad está en la edad. Y en la edad es donde nuestros principios igualitarios, nuestro afán de tolerancia infinita adulatoria de lo desigual, quiebra. Porque no es igual ‘el viejo’. No. Él o Ella, Ella y Él, se sienten mendigos de su escuálida pensión –me lo han dicho, por twitter— y eso que pagaron con sesenta años de arduo trabajo apoyando los principios en los que hoy se apoyan tantas y tantos fantásticos tolerantes, ciudadanos del mundo, creativos zen del universo unívoco e inequívoca igualdad energética. Su cuarenta por cien de contribución en un saco desgarrado por lobos hambrientos en búsqueda de nuevos principios que poder poner delante de nuestras saturadas narices de lo ‘igual’, incapaces de olisquear entre tanta semejanza. Su cuarenta por ciento en fondos buitre, atravesados por la supuesta igualdad empresarial o igualdad presuntamente empresarial de normas igualmente creadas para mantener una intrínseca adulación a lo falaz. Creadoras de abismos, porque –recuerden—estoy en lo vertical. Nuestras viejas madres, encendiendo el televisor y cayendo en la paranoia diseñada para hacerles entender que poco deberían de pedir. El acreedor ante el vil mal pagador. Ante el incumplidor, abriendo incrédulo el libro de Pinocho por la página sesenta y siete (cada año, el número sube) para releer una y otra vez el capítulo de los dos ladrones enterrando sus monedas con promesa de crecer. Sin entender por qué dieron crédito a un Estado que ahora relativiza el éxito de su inversión. Abriendo luego el monedero y no encontrando nada, ni para el agua. La igualdad no existe en vertical. Les he sorprendido ¿verdad? Pues pasen, sigan y vean la prueba del tiempo. Y les prometo que dejé de lado la bola de cristal.