El bosque de las palabras

Recordarán que la semana pasada hablábamos y leíamos una carta que supuestamente escribió Gabriel García Márquez tras conocer el cáncer linfático que le aquejaba y que se hizo viral en internet a principios de este siglo.
Mi amiga y asidua lectora Maribel Luna me advirtió de la falsedad de la autoría, mi apreciado poeta y profesor Tomás Salas también me llamó la atención al respecto y además me apostilló que el estilo de la carta no corresponde con el del autor americano.
Por otra parte mi amigo y excelente poeta Manuel Peláez me envió el enlace que les adjunto donde podrán ver un video en el que se ve al propio García Márquez y al autor verdadero del poema.
Verán, el verdadero autor de la carta, que en realidad era un poema, lo escribió Johnny Welch, un cómico mexicano, que lo compuso para su muñeco llamado El Mofles, con el que hacía sus espectáculos.
En el video ambos autores y el muñeco bromean respecto a la autoría.
En una entrevista que Gabo concedió al País en el año 2000, siendo preguntado por la autoría de la carta, el respondió:
“Lo único que me preocupa es que me muera por la vergüenza de que crean que yo escribí algo tan cursi.”
A mi modo de ver, esa hostilidad contra el escrito no sale a relucir en la entrevista que les animo a ver en ese enlace, lo que me infunde la sospecha de que el maestro de las letras hispanas se dejó llevar por la soberbia, algo impropio de tan alta autoridad literaria y más aun estando a ser llamado por la parca como así ocurrió años después.
Una vez que queda clara la autoría del texto que la pasada semana les leía, esta semana me da pie para hacer una reflexión que también me sugiere mi amigo Manuel Peláez.
Esta es:
¿Acaso lo importante es el autor de un texto cuando este trasciende al propio autor y ya forma parte del bien cultural de la humanidad?
¿El ego del autor importa tanto?
Es evidente que yo soy autor y quizás no debería contestar estas preguntas, pero como me tengo por un modestísimo autor y por consiguiente la trascendencia que mis opiniones puedan tener no van a hacerse cátedra, creo que con la misma humildad y respeto que escribo, puedo contestar a esas preguntas, pero empezando por la segunda:
¿El ego del autor importa tanto?
En mi opinión importa la autoría. A mí me gusta que se sepa (para ser alabado o criticado) aquello que escribo. A Welch le importó que se supiera que aquel poema lo había escrito él y no Gabo. En realidad aquella atribución le benefició a Welch pues por esta causa fue conocido en todo el mundo. Si no hubiera acontecido este sucedido el mexicano hubiera seguido siendo un ventrílocuo cualquiera.
Obsérvese que lo que a uno le benefició al otro no le gustó, y demostrado queda en sus declaraciones a la prensa. Pero, tampoco le perjudicó a Gabo que tuvo un arranque de enojosa soberbia que nos entronca con el egoísmo del autor. “Cursi” llamó al escrito. ¡Cómo sus lectores pueden haber creído que escribió ese texto!
Esa falta de humildad, ese exceso de yo, tacha la imagen de quienes se creen por encima de otros. Y el egoísmo es una falta, no una virtud.
Y esto nos lleva a la otra pregunta:
¿Acaso lo importante es el autor de un texto cuando este trasciende al propio autor y ya forma parte del bien cultural de la humanidad?
Entiendo que la autoría es importante y es buena para la persona que la lleva a cabo, pero si esa autoría infla el ego del artista hasta menospreciar a otro, esta deja de ser buena y lo tacha de despreciable, pues si una obra de arte (en cualquier formato) es tan buena que trasciende al autor (y trasciende cuando el que la lee, u observa, la asume casi como propia pues le conmueve el alma), esta deja de ser suya para pasar a ser de la humanidad.
Todos sabemos que el Quijote es de Cervantes, sin embargo el Quijote ha trascendido a su autor y ya pertenece a la humanidad.
Y por último les dejo otra reflexión.
Los autores somos personas que necesitamos cubrir nuestras necesidades y por consiguiente necesitamos que se nos reconozca el trabajo, de vez en cuando con dinero, pues hay que vivir. Pero el objeto artístico por definición forma parte de lo que hemos convenido en llamar cultura y esta contribuye a la formación del espíritu, pero también forma parte de la cadena económica de la sociedad. Sin embargo, en mi opinión, la cultura no puede ser moneda de cambio en la sociedad pues solo tendrían acceso a ella los privilegiados y sostengo que una sociedad culta es una sociedad libre y la libertad es la dignidad de la humanidad, luego la cultura debe tener por obligación una sintaxis de gratuidad para que alcance a todos los estratos sociales y de esta forma los ciudadanos sean cultos, informados, con criterio y libres para alimentar las formas de gobierno democráticas.
Resumiendo, el autor que firma su obra, o no, debe saber que la pierde (haciendo un acto de generosidad) en cuanto alguien la hace suya por una relación de empatía que alimenta su espíritu.