Si me preguntan a mí…
‘Ciudad de sobresaltos intenta vender tranquila vida de turista’. No es titular políticamente correcto para un artículo. Por ello no lo ven como epígrafe de ésta mi opinión. Que no puedo reprimir. Y es que parece que en esa misiva se empeñan si no las circunstancias, sus actores e impulsores, cuyo destinatario involuntario es una población cada vez más atónita ante lo que puede considerarse un uso dudosamente racional del dominio público. No les hablo de playas, no; de parques quizás. Este bien cada vez mas escaso, que mengua en proporción inversa a los espacios que merecería la gentil visita forastera que -dicen- cuadruplica el censo, se ha convertido en patio de recreo de ideas plurales, folclóricas, pero no por ello necesariamente acertadas. Mientras algunos ciudadanos ocupados en sus trámites administrativos hacen cola a treinta y ocho grados, se afanan otros, igualmente sufridos empresarios, en aumentar sus zonas lucrativas. Sin duda, es poco el tiempo y mucho lo que hay que recuperar. Para empezar, las plazas, que se han convertido en merenderos populares y para continuar, algunos de nuestros paseos –ahora vetados a la bici que prometió ser vehículo alternativo— que hacen recorrer prestos a camareros faenados largas distancias para evitar que la sopa de gazpacho (tipical andalusian cold soup para los británicos que Boris autoriza a venir y, sobre todo, regresar pronto) se caliente al implacable sol andaluz; que deben llevar con rigor escandinavo a la mesa treinta y seis que queda “por ahí, tó pa lante, derechito, ahí donde el cubo aquel”.
Pero no voy de eso hoy. Les quiero hablar de “eventos”. Convocados bajo el eslogan de “organizado por”, el llamativo cartel en instagram y redes, anunciado por la moderna vía del periodismo -la rueda de prensa- hacen concurrir a las masas, en nuestro reciente pasado prohibidas por estrictas razones de salud, y ahora -por definición- destino de la convocatoria. Eventos que muestran no sé qué cara de esta ciudad. Disculpen que se lo diga así, pero no he sabido aún dilucidar el mensaje que pretenden dar, o la experiencia que pretenden hacer vivir, y es que no veo otra cosa que un nuevo insulto a nuestros fieles empresarios que tanto aguantaron este y el pasado año. Mientras que apenas consiguen materializar la necesidad por adaptar espacios, nuestra querida Alameda, por ejemplo, fue plató de una improvisada e imaginaria visita a Barbate (preciosa). Marbella “está que se sale”, en efecto. Le sobran sus límites territoriales, allá donde estén definidos y claros, por supuesto. Y tampoco tiene por qué atenerse a las tradiciones y las épocas que sabiamente marcan la necesidad por erigir un espectáculo público. Por supuesto que no. Esto ya nos lo enseñó no sé qué notable, que traía elefantes a la playa. Por remota que estuviera la Africa central o la misteriosa India. Si de fiesta se trata, traemos hasta nieve, si hace falta, hacemos que los atunes pasen por delante de la Venus y que hasta nos convirtamos, por unas horas, en testigos del tradicional Ronqueo. Nuestros barcos no faenaron y lejos están las almadrabas. En las playas en las que nuestros pescadores extendían y reparaban sus redes ahora se erigen chiringuitos de lujo. Para eso está nuestra Alameda. Da igual que ese día fuera uno de los picos de calor y que lejos esté de las tradicionales fechas de este evento. Había que exhibir ante algunos turistas y frente a otros tantos hambrientos visitantes lo que esta ciudad es capaz de dar: espectáculo. Aunque no deje de ser otra cosa que esperpénticas escenificaciones, o un cutre escaparate al estilo “improvisemos una exposición universal”.
Es irrelevante que para ello se desubique el arte, la zona o que se trate nada mas que de un nuevo circo, colocado ante las narices de los comerciantes, a quienes por otro lado se exigen arduos esfuerzos, constancia, infraestructura y elevados costes, por supuesto siempre atentamente inspeccionados. Es irrelevante que se trate de actividades pseudo ambulantes organizadas por algún creativo empresario que conoce mejor los cauces del convencimiento administrativo, que el apoyo al tejido empresarial y al que por supuesto resbala la constante preocupación por la exquisitez de nuestra oferta servicial que ha hecho de Marbella una marca. El nuevo, fugaz pero impetuoso convocante ahora organiza su festejo sobre improvisados plásticos, al aire libre, en plena pandemia. Ni ferias este año, ni tabernas abiertas más allá de las cero horas. Pero open air happennings, eso sí. Covid free. Eso sí que vende y nos coloca a la vanguardia del turismo.
Quizás sea que ya no nos quepan tantos turistas como queremos que nos visiten. Quizás es hora de exigir igual mesura a las privadas ideas en zona pública que no hacen otra cosa que competir en desigualdad de condiciones con nuestros establecimientos permanentes. Me da igual que lleve una star y sea luminosa, es una discoteca. Me da igual que en la plaza frían pescado o despiecen un atún. Son actividades mercantiles que ya tienen cabida y ya tienen oferta en nuestros sitios de siempre. Los que llevan aquí decenios, mucho antes de que se pusiera de moda el choteo privado en zona pública de la mano de dos o tres organizadores cuya pompa y boato es insulto al mediano y normal ciudadano que se queda en nuestras tierras cuando arrecia el frío y nadie se acuerda ni quiere rememorar las tradiciones y virtudes de nuestra vecina Cádiz, del Miami festivo o del Mónaco monárquico. Por no hablarles de aquella parte del pueblo cuyos recursos se diezmaron por las restricciones que hoy parecen cosa del pasado, por arte de magia o por cómputo matemático e inflacionario, pirueta de cálculos; y que sigue haciendo colas ante las puertas de asociaciones benéficas. Qué pensará.