El bosque de las palabras
Atresmedia, el grupo de comunicación para el que trabajo desde hace 35 años, hace incursiones puntuales en el mundo de la solidaridad y en estas navidades nos ha pedido una carta de colaboración para ser leída a los ancianos cuya rutinaria soledad les sume en la tristeza más absoluta y conmovedora que el ser humano pueda llegar a sentir.
Creo que a todos los seres vivos nos toca la fibra sensible cuando vemos, hablamos o notamos la ancianidad de cerca.
Nuestros seres mayores deben llamarnos al respeto, la compresión, y a la atención que ahora ellos merecen y que nosotros estamos obligados a devolverles pues ellos en su día también nos dieron, su vida, sus vivencias, su trabajo y su sacrificio.
Sea por todo esto, porque tengo una madre que está en esa edad, o porque yo mismo ya estoy entrando en ella, escribí esta carta que ahora les reproduzco y que ojalá sirviera para el propósito para la que fue escrita, ser leía a las personas mayores que solas necesitan un momento de compañía.
****
Suelen afirmar los poetas y metafísicos que en el origen mismo de la luz también está el origen de la sombra.
Estabas en la sombra del olivo, iluminado, alimentado por un sol irascible que rompía en el centro del día todas las armonías de la naturaleza.
Y te sentí sombra, como sombra vívida de la luz.
El gris recuerdo de tu tiempo se cosía en el cristalino de tus ojos que parecían diamantes refulgentes.
¡Ese dolor de persona perseguida por la deriva de la existencia en los olivares que contemplas!
Tiempo de arena y llanto, de alegría y canto en el que tus manos eran vivas y exactas, fuertes y blancas, rugosas, intactas… vivas, exactas… permanentes.
La chicharra horadaba el silencio del estío en el lugar mágico de tu memoria, de mi pensamiento, que veía tu tiempo deslizarse entre las lindes del caos, de la certeza de las vidas no vividas, de los pensamientos interrumpidos en el corazón de la ansiedad.
Y cuando tu rostro llega a mi rostro, veo la alegría eterna reflejada en una mueca de tu boca, en dulce gesto que me conmueve hasta la lágrima que pesa y pasa deslizándose por mi mejilla luz y sombra de mi cara.
Me sentí feliz entonces de saberte haber navegado en mares de tierras calmas, de espumas, y de haber plantado en ellas vidas tan verdes como la esperanza vivida por ti, por nosotros los que somos de ti, y haberte dado la mano con los caminantes y navegantes triunfadores de una vanidosa existencia que despacio se va acercando a los refugios del olvido.
Allí en ese mismo momento que el sol de julio envidiaba estar sobre el solsticio de este invierno de pan y azogue, te entendí, te amé más, y me abracé al tiempo en que las ciudades gastan luces como si la luz madre de la sombra fuera vigía de la felicidad, y respiré feliz el aire que me legaste.
Me enorgullece ser sangre de tu sangre, vida de tu vida, aliento de tu aliento porque en mi pecho llevo tatuadas las hojas encendidas que entretejen las ramas de tus recuerdos en los ritos de los míos.
Sé que ondeaste el puñal del sufrimiento y la blanca camisa de la alegría, por mí, por nosotros, para que nos fundiéramos todos en hermandad contra el grito de la muerte, siendo así vida que nos dabas.
La felicidad que me reportas en este tiempo de adviento te la devuelvo con el mismo cariño y amor que a mí ha llegado, con la firme promesa de guardarla eternamente en mi corazón, pues por tu fuerza no me temblará el pulso, no albergaré indecisión al levantar mi mano y en ella una palabra, para sin dudar un instante teñir el mundo de la paz que me has enseñado.
Te quiero.