El bosque de las palabras

Una mes más, Miguel Tapia, nos convocó en The Farm, junto al Instituto Río Verde, para escuchar y saber de poesía y de poetas.
De los alumbramientos de Estefanía Torres, pasando por los interiores de Israel Olivera y hasta las mudanzas de Santiago Molina, la tarde noche fue metiéndose en un fondo de arrope y musgo, de recuerdos y poesías nuevas que a los asistentes nos llenaron el alma, pues lo convenido es que el alma sea propia de la poesía.
De su libro Alumbramientos, Estefanía Torres nos leyó textos llenos de recuerdos, de memorias; como madre; de su hijo, en una prosa sencilla, calmosa, como la narcotizante leche materna, y de la que se decían las edades del tiempo y las ausencias.
Israel Olivera es vasco y no lo puede remediar, ni falta que le hace, porque lleva a gala serlo, decirlo y demostrarlo. Israel llena la escena, no solo por la orondez de su figura, que queda como un guante a su ser, sino por su forma de decir sus versos, sincera, enfática, pura.
Israel nos leyó poesía de la cotidianeidad, del amor, de la edad que marca el calendario cuando los años, sin remedio, o remediados, nos acreditan la felicidad, a la que por cierto Israel no renuncia una vez conquistada.
Israel nos leyó poemas del interior, cuando el interior se expone como piel al sol que dora y curte las almas.
Cuando Miguel Tapia nos presentó a Santiago Molina, nos estaba presentando a un amigo de siempre y se habían conocido, como quién dice, hacía cinco minutos, y es que hay conexiones inexplicables en el mundo que conocemos que nos dan la certeza de que en realidad no conocemos, aún, este mundo.
Y así fue, que nos conectó a todos con Santiago y Santiago nos conectó con su mundo que es la poesía, de versos cortos, de sentencias, de “Veranos que fuimos”, que es su última obra que está a punto de ver la luz, pero también, Santiago, nos habló de mudanzas, de esas mudanzas físicas y psíquicas que hacemos los humanos de vez en cuando, o más a menudo de lo que quisiéramos.
En realidad conforme Santiago iba leyendo sus poemas yo iba viendo, y no necesariamente tuvo que ser así, porque más que ver era oír, haikus escritos en castellano, que aunque ahora se le dé a esas estrofas ese nombre japonés, como para hacernos saber a la humanidad el grado cultural del que escribe, en realidad en castellano siempre fueron TERCERILLAS o SOLEAS.
Repito que era lo que yo escuchaba y lo que escuchaba tenía el sentido melódico del alma que Santiago Molina había puesto en ellos al escribirlos.

