El bosque de las palabras

Hace ya muchos años fui invitado por el Foro 3 Taurinos 3 de Almería a dar una charla taurina patrocinada por la Diputación almeriense en el pueblo de Vélez Rubio, y terminé dando tres, en realidad, di la mía y además hice dos entrevistas, una a la novillera de Vera, Lara Ramos y otra al ganadero Juan José Rueda. Pero a pesar de la cariñosa encerrona mereció la pena porque Pepe Molina, el presidente de la Peña Taurina de Pepín Líria, nos invitó a visitar la peña y allí a conocer a sus peñistas. Gentes de pueblo amables, nobles y generosas.
Antonio Olivares era un ex director de banco, del Banco Central “para más señas”, nos dijo él. Persona a la que no le gustaban los ordenadores, por eso se jubiló. Se declaraba abiertamente machista, y afirmaba que no se arrepentía pues tenía en casa a varias hijas. “Bueno, tenía, porque ya se han casado y estos días han dejado a los maridos y se han ido a Puerto Banús”, me lo dijo confidencialmente.
Cuando Antonio se enteró de que yo era de la zona de Marbella no me dejó ni a sol ni a sombra. Nos pagó una invitación e hizo poner unas tapas de los embutidos fabricados en la tierra. Todos estaban muy buenos, pero a mí me pareció que el mejor fue la butifarra, que en Vélez se hace como se hacía en mi pueblo, Mancha Real, con sangre y cabeza de cerdo, un poco de orégano y nuez moscada. Nos cortaron un tomate rizado dulcísimo con aceite de oliva y mojamos pan de masa dura. Para acompañar aquello, nos sirvieron un vino rosado, joven, que a mi paladar me pareció muy bueno.
Y entonces, Antonio me presentó al hombre del vino.
.- José Pintor Jordán y en la calle León número diez tiene usted su casa pa cuando usted quiera venir, y ya ha de venir pos ha probao mi vino.
Sabe usté, esta uva la recojo yo y la piso yo, la decanto y luego, aquí lo ve usted, nus lo bebemos entre los amigos.
Le alabé a José la cosecha, que acompañada de los embutidos nos hicieron bien al estómago. José Pintor Jordán tenía el gesto triste y el habla cansada, aunque cuando hablaba de los suyos levantaba la voz con orgullo. De los suyos, menos de su difunta.
.- Mire usté, yo aquí vengo pa echar el rato con estos que son muy buenos amigos y me procuran la compaña que me falta. Aunque eso no es posible, sabe usté. A mí me falta lo más grande del mundo hace cinco años y hace cinco años no soy nadie. Tengo mis dos hijas y mis dos yernos; a los que dejé la viña, pero me han pedido que se la cuide y se la labre yo; y estos amigos. Pero aún así, mire usté, no soy nadie. Pa unos no sería, pero pa mi la mujer, lo más grande, y me falta. Se va usté a llevar esta botelleja de mi vino, pero tie que volver el año que viene por más, en la calle León número diez tiene usted un roal de casa.
Me despedí de él y de toda la parroquia de la peña, con la promesa de volver cuando inauguraran la plaza de toros que se han propuesto construir, no saben cómo, pero la quieren hacer.
Antes de salir por la puerta, Antonio, limpiándose los lagrimales con un pañuelo blanco, debe padecer de rejilla, me largó con la otra mano el último trozo de butifarra que quedaba en el bar de la peña. Lo cogí con gusto porque venía de la mano de un hombre bueno.
Los abrazos con él y con el hombre del vino parecían interminables. Me tocaron el alma y eso lo agradecí siempre, y mucho, en estos tiempos que corren.
La plaza de toros de Vélez Rubio nunca se llegó a construir y yo no volví a ese maravilloso pueblo.
