El bosque de las palabras
Hacía tiempo que María de los Ángeles Castillo Romero, escritora, poeta y rapsoda, nacida en Totalán, Málaga, no publicaba.
En 2006 la Diputación de Málaga y el Ayuntamiento de Totalán le publicaron su ópera prima: “Desde la Cuna de Totalán”, obra que recogía sus poemas de juventud. Nueve años más tarde publicó, junto a su amiga del alma, Alicia Gallego, “El Vals”.
Y como si fuera un compás sinérgico en la vida compositiva de esta poeta malagueña, o un recurrente número bíblico, (nueve veces nueve), a los nueve años vuelve a publicar Con Tinta Verde, que no solamente es el título de este poemario que ustedes tienen entre las manos, sino que además es el color de la tinta que usa en sus manuscritos como si fuera una alegoría de su propia existencia, pues si para ella el color de la vida tiene importancia, el verde viste la suya, haciendo frente común en su devenir.
“Me quiero hembra y me quiero ardientemente.”
Afirma la autora en un rotundo verso de identidad, de Nuevo Tiempo, poema que abre con una cita de María Zambrano: “Solo en soledad se siente la sed de verdad.”
El sol en el regazo/ es algo bueno./ Me lo quiero llevar/ como la música que no le miente/ al panal de miel de la memoria./ Solo necesito un nuevo tiempo/ para que sobrepase/ tus ingles y el invierno.
Y pasado el frío invierno, sus días de tránsito entre espinas y rosas, como una nueva primavera, resurge aquí nuestra poeta en su vuelta al verso, puro, enjuto, exacto:
“Es la hora de los versos,
del poeta que en los ojos lleva
otro modo de ver el mundo.”
Verso calibrado, educado y nuevamente bebido en la historia de las estrofas con piel.
Con Tinta Verde es un poemario de madurez. Esa madurez que da la vida, la lectura, el aprendizaje de las cosas, la experiencia. Pero sobre todo, la madurez que deviene del alma y que se agarra a los sentidos para hacernos más alma, más ser, más vida, después de tanta muerte:
Carne Muerta.
Antes que cosieran/ los bordes de la piel/ el hígado estaba en su sitio, / el cerebro también, / y los pulmones y la luna/ en el lugar más sombrío/ de la carne muerta./ Para cortar el efímero hueso/ se necesitó la sierra, / succionar lo que un día fue/ hermano de alguien./ Parecía tener que expulsar/ los jugos en descomposición, / tener sal en las tristezas más ocultas/ de un corazón hipotecado/ hacia otro castigo.
Se desnuda virginalmente. Se desgarra la autora y se abre de corazón puro en una simbiosis de palabra y llanto en estos poemas. Y con aliento de madurez llegan sus versos:
“Busca refugio en el frescor/ de nuestra casa e insolente/ se vuelve frente al espejo/ al no ver que se hace carne/ su frágil inconsistencia.”
Así pues, en esta resurrección, María de los Ángeles Castillo Romero, nos habla de los hombres, porque puede: “carroña de hombres que abren la boca,” de algunos hombres, a los que ama con amor, de madre y de mujer que ama, aunque el valor del amor se balancee:
“A cualquier cosa llaman amor/ mientras llegan al fin los hombres/ amparados de fiebre.”
Nos dice versos de la ausencia, de la pérdida, la nostalgia, la apatía.
Y porque puede, nos lleva a la melancolía en el poema Huella Imborrable.
“Y deseo llorar y reír esta melancolía
que se ha quedado dormida esperándote.”
O lo que podemos leer en su poema: Carta.
“Al tiempo le crecen espinas de renuncia… decirte que no me acostumbro a enterrar los ceniceros…”
Y es entonces, a causa de las espinas, a causa de su férrea voluntad, que nos encontramos, ahora, a María de los Ángeles, como mujer madura, como madre esencial, y que como poeta roza nuestras inquietas almas, pudiendo salvar a los hijos del holocausto, con su alma ensangrentada, porque… “No puede haber paz en tanta herida.”
Y es cuando con su esencialidad y con el pudor de sus sentimientos, nos abre su corazón en este poema que es como una autobiografía, como lo es en sí todo el poemario:
Confuso Pensamiento.
“Se desbordan los sentimientos/ hasta romperse/ en una colcha de espuma/ que torpemente sortea/ el reverso de mi risa.”
Y es entonces que descubrimos en, Con Tinta Verde, además, un devocionario filosófico, pues, generalmente, los versos finales de los poemas son sentencias… y es entonces cuando ya, sin ninguna duda, ha de afirmarse que este es, sí, un poemario de madurez.
“Pompas vacías para otra pérdida
con su aparente olvido de ebriedad.”
¡Oh, Atlántico!
Cómo puedes ser tan solo una metáfora. . .
“En vísperas de la locura
no hay nadie que sobreviva.”
“Es más dura tu madera que mis huesos.”
Y ya que todo queda en su lugar, porque puede, y sabe de empatía, se pregunta la autora. Nos pregunta:
“¿Dónde te hayas humanidad?/ Ante tu lápida, / ya he llorado anteriormente.”
Con Tinta Verde, de María de los Ángeles Castillo Romero. Jákara editores 2024.