El bosque de las palabras

Cuando a veces me preguntan sobre el cine español, lo normal es que, salvando muy pocas películas o series, responda que no merece la pena, sobre todo cierto cine subvencionado y protegido que a penas llega al aprobado.
En la vieja Europa, y claro, también en España, hay historias verdaderas para contar que superan con mucho a las que nos cuentan los americanos. Lo que pasa es que hay que saber contarlas, y en eso nuestro cine, quizás nuestros guionistas, o algunos directores o directoras, dejan mucho que desear, igual que ocurre con los que financian los proyectos.
No es objeto de este espacio contarles la biografía entera, pero sí que puedo introducirles en un personaje de auténtico cine, que da, para eso, una película o una serie. Su azarosa vida lo merece. Se trata de María Calderón.
MARÍA CALDERÓN, más conocida por la Calderona, fue una actriz madrileña a la que Felipe IV conoció en una representación teatral hecha en palacio.
Corría el siglo XVII, y la belleza y lozanía de María, (dieciséis añitos) encandiló al rey, que la tomó como favorita y le hizo un hijo a quien pusieron por nombre, Juan José de Austria, “hijo de la tierra”, así inscrito en la partida de Bautismo.
Al parecer, la Calderona disfrutaba de otros amoríos y, según los rumores, el otro amante era el segundo duque de Medina de las Torres, Ramiro Núñez de Guzmán.
Así decía una coplilla de la época:
“Un fraile, y una Corona, /
un Duque, y un Cartelista /
anduvieron en la lista /
de la bella Calderona”.
Al rey no debió sentarle bien tanto ajetreo amoroso, ni que le involucrasen en las comidillas madrileñas, por lo que la ingresó de novicia en el convento benedictino de Valfermoso de las Monjas, en Guadalajara, de donde no salió nunca más, muriendo allí como abadesa.
Su vida fue llevada al teatro por Patricio de la Escosura en La Comedianta de Antaño. Y también dedicó un romance a sus amores, el padre Arolas.
Ahí van los versos finales:
Por compadecer a vos
mal cumpliera con mi ley
desobedeciendo al rey
que ocupa el lugar de Dios.
Mucho siento, ¡vive el cielo!
vuestro desliz y aflicción
y antes de daros el velo
yo os daré la absolución.
Tosco sayal vestiréis
y del claustro en las moradas
vuestra culpa lloraréis
entre vírgenes sagradas.
¿Monja yo…? ¿Quién dio tal ley…?
¿Yo en un claustro retirado…?
Monja por fuerza o de grado.
¿Quién puede mandarlo?
El rey.
Dijo el prelado, y al punto,
de aquella mansión se parte.
Va murmurando en voz baja,
practica la puerta y sale,
y sin recoger el vuelo
de sus hábitos talares,
con las delicadas sedas
la larga escalera barre.
Pero al cabo de tres días
presentóse al rey, a darle
los cabellos de la hermosa
puestos en un azafate.
